EL DÍA DESPUÉS, y con los resultados ya definitivos, no quería dejar pasar mucho tiempo no fuera que se malinterpretara como un disgusto por los resultados, habida cuenta de mi público posicionamiento por el "No". Eso quiere decir que escribo sin haber leído las reacciones en la blogosfera, así que si uso algún argumento esgrimido antes por alguien, mis disculpas; iré actualizando este post para indicarlo.
En primer lugar, creo que el resultado no habrá sorprendido a nadie; por mucho que dijeran algunos sondeos no científicos de última hora, lo cierto es que el "sí" estaba cantado, tras una campaña propagandística sin precedentes, maniquea hasta la náusea y sin haber habido debate real. A diferencia de lo que está ocurriendo en otros países, y ocurrirá a medida que se avecinen referendums análogos.
En segundo lugar, por mucho que se vista la mona, una seda del 42% de participación es un simio en toda regla, máxime cuando de forma pública se había establecido un objetivo notoriamente superior. Y me parece un error afirmar, como he oído esta mañana haciendo zapping en la radio, que al fin y al cabo es una participación muy similar a la de los recientes comicios europeos, y sin embargo nadie se rasgó entonces las vestiduras. Pero la comparación no se aguanta lo más mínimo: unas elecciones europeas se celebran cada cuatro años. Votar una -en este caso, mal llamada- constitución europea es algo que ocurre una vez, máximo dos, en la vida, como nos hemos cansado de oir en los mítings de todos los partidos que la propugnaban. Si se cree que se trataba de una oportunidad histórica única, históricamente única debería haber sido la participación. Y lo ha sido, sólo que al revés de lo que esperaban sus apologetas. La abstención no puede medirse ni interpretarse del mismo modo en comicios no comparables, del mismo modo que no es lo mismo llegar media hora tarde al cine que a una reunión de trabajo con un directivos de una multinacional. Aunque la experiencia indique que para Zapatero no hay mucha diferencia, la verdad es que para cualquier observador mínimamente imparcial sí la hay.
En tercer y último lugar, sigo con algo que comenta Manel y voy más allá:
si, durante años, los más listos de la clase se han empeñado en deslegitimar los resultados electorales en Estados Unidos a causa de su tradicional escasa participación, que en cualquier caso siempre ha sido superior al 42% de aquí y ahora, es de esperar que no tarden en aparecer papelitos hablando de tongoBueno, la verdad es que tenemos otro ejemplo mucho más cercano en el tiempo y que hace que la comparación sea aún más sangrante: al fin y al cabo, llevamos más de veinte días escuchando que las elecciones de Iraq, en las que la participación fue del 60%, no son legítimas porque faltó la participación de un segmento importante de la población, que con su abstención "boicoteó" los comicios, se dice. Obviamente allí no es posible saber si la abstención se debió a un boicot o que la amenaza terrorista sobre quien se atreviera a votar fue lo suficientemente amedrentadora, a pesar de que los críticos del proceso democratizador en Iraq se apresuraron a atribuirlo sin pruebas fehacientes a lo primero. Pero, ¿cómo debemos interpretarlo aquí, sin esa amenaza terrorista salvo los dos petardos en las oficinas del PSOE y del PP un par de días antes? Los números no engañan, y en el referendum de ayer falta la participación de un 60% de la población, y casi un 20% del resto se ha manifestado en contra.
Es decir, sólo 3 de cada 10 posibles votantes se ha manifestado a favor; ¿qué ocurre si aplicamos la "regla iraquí", esa que han venido invocando incansables todos los que ahora se congratulan por lo que dijeron ayer las urnas?
ACTUALIZACIÓN. Enrique Gil Calvo:
Pero lo que no se puede saber es cómo hay que repartir el absentismo total entre las tres clases citadas de abstención: técnica, euroescéptica y censora del Gobierno.
Y no se puede porque, al ser la abstención un acto fallido, resulta falaz hacer un juicio de intenciones sobre lo que no existe. Igual que la inocencia no se puede demostrar, porque los no-actos no dejan huellas, tampoco los no-votos se pueden interpretar, a no ser desde la sospecha freudiana o el prejuicio antigubernamental.
Pues diles a los de El País que apliquen el cuento al triángulo sunní, Enrique.
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