lunes, mayo 23, 2005

NO SABÍA que hace unos días las diputadas del Congreso se reunieron para una labor de alta política, como debe ser, que para eso las pagamos: elegir al diputado masculino más sexy (ganó el ministro de justicia, López Aguilar; el segundo fue Puigcercós, prueba evidente de que un exquisito gusto en la indumentaria y un cuidado diseño de sus pilosidades puede compensar el hecho de poseer una materia prima no especialmente apta para un desfile de modelos).

Manuel Trallero sí estaba al corriente de ese momento estelar del parlamentarismo ibérico, y escribe esto:
Como hombre me siento profundamente humillado. No por no ser sexy, que uno cuando ya dispone de una cierta cronología, pelo blanco, incipiente calva y abdomen cervecero no puede ni debe hacerse muchas ilusiones sobre la consideración que despierta entre las damas, que será parecida al interés que les debe de provocar el Pato Donald. Pero ¿qué hubiera sucedido en sentido contrario?, ¿qué hubiera pasado si, por ejemplo, los señores diputados del sexo masculino hubieran elegido a la diputada más sexy del Parlamento, a la tía más buena o la más pechugona?

[...] ¿Querrán explicarle a la opinión pública qué credibilidad tienen a la hora de promulgar una legislación contra la llamada violencia de género o a favor de la paridad del hombre y la mujer, cuando se alzan en jurado de algo tan profundamente machista como un concurso de mister diputado?
ACTUALIZACIÓN. ¿Qué pasa hoy? ¿Bloggeando telepáticamente? :-)