ANTON M. ESPADALER escribe sobre la normativa del ayuntamiento de Barcelona que pretende sancionar las conductas incívicas en un artículo titulado de forma magistral: "Delitos y faldas". Tras recordar la distinción aquiniana entre ley y moral, lamenta -con su ironía habitual- que sea ésta la que esté detrás de algunas de las actividades a castigar:
Ahora bien, lo que ya me sorprende más es que se pretenda castigar con una sanción de 500 eurones a quien solicite en la vía pública los servicios de una prostituta. Ignoro en que situación jurídica y, por tanto, legal se encuentra la prostitución, pero es de una evidencia palmaria que prohibida no está, de lo que se deduce que ejercer la prostitución no es ningún delito. Moralmente ya es distinto, porque, como todo el mundo sabe solicitar los servicios de una prostituta es, en cambio, pecado grande y muy feo de concupiscencia. Ahora bien, si nuestros distinguidos munícipes logran imponer este articulado, va a resultar que de controlar los pecados de la ciudadanía deberá ocuparse la Guardia Urbana. Y uno se teme que los agentes de este cuerpo no tengan suficiente preparación para desempañar la loable labor de mantener puras las almas de los barceloneses. En mi opinión, asunto tan delicado debería ponerse en manos más expertas y acostumbradas a tratar con las debilidades humanas. Puestos a perseguir el pecado, yo propondría la creación de patrullas de frailes, vestidos con hábito burel, barbudos y tonsurados, que acometerían al proclive a la tentación y le apartarían del mal y sus formas. Y en caso de caer, le confesarían como se debe y le podrían condenar con admirable justicia a un padrenuestro y tres avemarías, que siempre le sentarán mejor al alma que una multa de 500 miserables euros.
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