ALFREDO ABIÁN está fino, hoy:
A los cerca de 1.300 millones de personas que contaminan a la humanidad con el humo de sus cigarrillos aún les queda un consuelo: no podrán hacer oposiciones para sumarse a los 8.000 funcionarios de la Organización Mundial de la Salud, entidad adscrita a la ONU que ha decidido no aceptar a ningún nuevo trabajador que lance volutas de humo, aunque sea en su propio domicilio. El director de la OMS, un surcoreano que ha combatido la tuberculosis y la lepra entre otras plagas, da otro paso adelante en el exterminio civil de ese 20% de la humanidad que mantiene el hábito indígena de las tribus, supuestamente salvajes, con que Colón se topó hace algunos siglos. Cuando el próximo 1 de enero entre en vigor en España la ley antiinhalación, los drogodependientes comprobarán los efectos del único proyecto que han sido capaces de consensuar socialistas y populares: no habrá narcosalas ni en los centros de trabajo. Eso sí, desaparecerá el síndrome de asesino que atenaza a los consumidores, preocupados de que su humareda sea también letal para los fumadores pasivos. Pero al mismo tiempo más de uno implorará que Bush implante la pena capital para los fumadores en Estados Unidos. Habrá ingentes oleadas de emigración hacia aquel aborrecido país, para algunos, donde mil reos han sido ejecutados en los últimos 30 años. El gran alivio que les quedará entonces a los fumadores allí huidos es que, a ese ritmo, tardarían casi 40 millones de años en pasar todos por el corredor de la muerte.
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