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Supongamos que en Cataluña haya liberales, que alguno hay, en proporción al fin y al cabo incluso más reducida que en el resto de España, pero alguno hay. Y supongamos que alguno de esos liberales, además de liberal, fuera independentista, que no nacionalista. Nuestro sujeto hipotético estaría a favor de la independencia de Cataluña en la convicción –con toda probabilidad errada, pero respetable- de que un estado catalán separado de España ofrecería mejores perspectivas para la libertad, la igualdad y la propiedad. Nuestro liberal imaginario, pongamos, cree que una Cataluña independiente sería un estado de derecho de más calidad que esta España de nuestros pecados. Pero, insisto, por coherencia intelectual, nuestro liberal no sería nacionalista, es decir, no fundaría su pretensión en la existencia de ninguna nación mítica ideal y, por tanto, no creería en ningún ente prepolítico ni atribuiría personalidad a ningún simple hecho sociológico.Leed el resto.
Concédanme que mi sujeto pudiera existir, porque resulta necesario a lo que pretendo demostrar: que el voto negativo al estatuto está justificado, incluso desde perspectivas políticas independentistas, sin recurso a ningún retruécano sentimentaloide. Nuestro tipo ideal de laboratorio cumpliría las condiciones. Carece de mayores vínculos afectivos con España y poseería unas convicciones alejadas de los postulados nacionalistas. Veamos ahora, en orden decreciente de importancia, las razones que animarían a nuestro tipo a votar “no” el dieciocho de junio.
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