ALFREDO ABIÁN, director adjunto de La Vanguardia:
DOS de las más sorprendentes aportaciones de Catalunya al movimiento obrero internacional fueron convertirse en un cantón anarquista, experiencia inédita que causó pasmo en todo el orbe, incluido el proletario, y haber dado a luz a Ramon Mercader, el asesino de Lev Trotsky, muerto tal día como el de ayer de hace 66 años después de que el estalinista catalán le hincara un piolet en la cabeza. Resulta revelador que los restos del naufragio de la otrora llamada izquierda revolucionaria sean poco propensos a las revisiones históricas. Aquellas múltiples izquierdas no eran miembros desavenidos de una misma familia. Se consideraban enemigos que batir. Primero, se insultaron hasta el escarnio. Y, después, se mataron unos a otros. Pocas batallas ideológicas han dejado tras de sí tantos cadáveres como las purgas internas y los ajustes de cuentas protagonizados por organizaciones izquierdistas. Fueran una minúscula secta nihilista o un partido de masas, el procedimiento siempre era igual. El camarada o compañero jefe atribuía a sus adversarios la creación de una tendencia o una fracción a la que endosaba conspiraciones inverosímiles. Las purgas desembocaban en procedimientos sumarios, deportaciones masivas, paseíllos, fusilamientos… Así fue como los comunistas soviéticos, por ejemplo, exterminaron a la disidencia de izquierdas rusa y persiguieron a sus familias. A fin de cuentas, sus víctimas eran heces de la sociedad, lacayos de la burguesía o cualquier majadería mortal que inventaran.
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