NO ES, o no debería ser, una cuestión religiosa, escribe Francesc-Marc Àlvaro:
Aunque las apelaciones ingenuas a la alianza de civilizaciones sitúen todos los conflictos en un equívoco tablero de grandes confesiones. Aunque la respuesta fanática al Papa acabe dando paradójicamente la razón a su cita medieval. Lo que aquí emerge es la debilidad de la sociedad abierta frente a un nuevo enemigo, que no es otro que un islam extremista que no tolera las reglas de juego del Occidente democrático. Y, en esta partida a dos, la Iglesia de Roma incurre en errores graves, y no me refiero al discurso del Papa en Ratisbona, que ha levantado las iras de unos jefes religiosos y políticos ávidos de aprovechar cualquier cosa para sacar la bandera de la ofensa ante sus castigados súbditos.
El error de Benedicto XVI fue unos días antes, el 10 de septiembre, en una misa multitudinaria en Munich, donde dio a entender que religiones como el islam se sienten amenazadas por Occidente por "su desprecio de Dios y su cinismo, que considera el escarnio de lo sagrado como un derecho de la libertad" y se mostró comprensivo con aquellos que "se horrorizan ante un tipo de razón que excluye totalmente a Dios de la visión del hombre". En su combate contra la desacralización, el Papa busca complicidades con el islam. Es lo mismo que hacen algunos obispos católicos cuando aprovechan el río revuelto de las reivindicaciones pietistas y comunitaristas de la peligrosa reislamización desde abajo, en ciudades europeas, para recuperar posiciones a rebufo de batallas como la del velo en la escuela. Además, el Papa promueve el sentimiento de culpa de los occidentales. Igual que Chomsky, Ramonet o Fisk.
No es la dialéctica entre Roma y el islam el asunto. La Fallaci lo dijo sin miedo. Es defender del totalitarismo una sociedad en la que nadie sea asesinado por dibujar una caricatura, emitir una cita, tomarse un whisky, divorciarse o afirmar que no cree en dios ni profeta alguno.
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