"SADAM HUSEIN EXHIBIÓ sangre fría". El héroe de Tomás Alcoverro. Ese es el titular a toda página de la sección de internacional de La Vanguardia.
Y en la página siguiente, una sentida elegía.
Y una página más allá, el corresponsal en Washington deja ir una de esas memeces que más se están oyendo estos días: "En Estados Unidos los análisis pasaron de puntillas sobre el hecho de que el ex dictador hubiese sido hace veinte años un importante aliado de Washington".
Por supuesto que pasaron eso de puntillas, porque a diferencia del simplismo de los medios de comunicación de por aquí, los de EEUU sí tienen una cierta capacidad de distinguir las diferentes fases de la historia y entender éstas en su contexto.
Aparte del hecho de que el mundo de la Guerra Fría poco tiene que ver con el actual, hay un pequeño detalle que al parecer se escapa a la comprensión de tan finos analistas: mientras que Saddam sí era la misma persona al frente de Iraq (aunque había mutado de un laicismo nacionalsocialista a un quasi-integrismo islámico), en Estados Unidos el jefe del ejecutivo cambia cada cuatro u ocho años. Es lamentable que alguien que supuestamente tiene que explicar lo que ocurre esté echando en cara a presidencias actuales lo ocurrido en presidencias anteriores, como si la política de cada una de ellas fuese la misma, o lo que haga el inquilino de la Casa Blanca en un momento dado tenga algo que ver con lo que haga cualquiera de sus sucesores a partir de entonces. Imaginaos que alguien acusara a Zapatero de hipócrita porque no hace lo mismo que hizo Aznar.
Y es que una verdad incómoda para muchos es que, en realidad, quien dió a Saddam luz verde para emprender su lucha contra Irán fue nada menos que uno de los presidentes preferidos de la intelligentsia europea: Jimmy Carter. Éste vió así un modo de contrarrestar, por país interpuesto, el fracaso más absoluto en su política respecto al Irán post-Sha, toma de embajada incluida. Resumiendo, fue Carter quien consideraba a Saddam un aliado, y fué Bush padre quien pocos años después fue a la guerra contra él para echarlo de un Kuwait que había invadido por las buenas. ¿Me puede decir alguien dónde está la contradicción?
ACTUALIZACIÓN. Era previsible que Robert Fisk tuviese el mismo problema:
Le hemos cerrado la boca. En cuanto ayer por la mañana en Bagdad el encapuchado verdugo accionó la manivela de la trampilla situada bajo sus pies, los secretos de Washington quedaron a buen recaudo. El desvergonzado e indignante apoyo militar encubierto que Estados Unidos - y el Reino Unido- suministró a Sadam durante más de una década es todavía una historia terrible que nuestros presidentes y primeros ministros no quieren que el mundo recuerde. Y ahora Sadam, que conocía en toda su magnitud ese apoyo occidental - proporcionado mientras cometía algunas de las peores atrocidades desde la II Guerra Mundial-, está muerto.Si haber apoyado a Saddam mientras cometía algunas de las peores atrocidades desde la II Guerra Mundial era malo -preguntádselo a Carter-, poner fin a ese apoyo sería algo digno de encomio, ¿no?
En cualquier caso, la crítica a Carter por apoyar a Saddam palidece cuando uno piensa en el apoyo que le estuvieron proporcionando gente como Robert Fisk -y tantos otros- en tiempos mucho más recientes. Porque por mucho que se intente argumentar que aporrear cacerolas contra la guerra no es equivalente a apoyar a Saddam, lo cierto es que -como en su momento afirmó sabiamente George Orwell respecto a los que se oponían a enfrentarse a Hitler- estar contra la guerra significaba objetivamente, en la práctica, estar a favor de que el Saddam siguiera en el poder. Por ejemplo, asesinando familias enteras porque uno de sus miembros había tenido la osadía de criticarlo en público, como seguía ocurriendo hasta los momentos previos a la guerra cuando la gente como Robert Fisk estaba mirando hacia otro lado y manifestándose en contra de que Bú y Blé acabaran con la situación.
ACTUALIZACIÓN II. Así me gusta, Gustavo de Arístegui: que descalifiques de un plumazo a cualquiera que piense de forma diferente a como lo haces tú. Así empieza el artículo de hoy en El Mundo (de pago; no pongo el link además porque no lo consigo encontrar en la web): "Ningún demócrata que sienta como inalienables los derechos y libertades fundamentales puede estar a favor de la pena de muerte, ni siquiera para crímenes tan horrendos como los que ha cometido un genocida como Sadam Husein".
Es decir, cualquiera que crea que Saddam Hussein tenía que haber sido ejecutado (yo mismo, sin ir más lejos; he explicado que los casos de genocidio son la excepción a mi postura no favorable a la pena de muerte) no es un demócrata. No sé por qué se esfuerza: por mucho que siga escribiendo estas cosas le seguirán considerando un facha del PP...
Por otra parte, sería fácil darle la vuelta al argumento y decir que todo demócrata, precisamente porque siente como inalienable el derecho a la vida, se resiste a que alguien que arrebata ese derecho recibe un castigo que, cualitativamente, es el mismo que conlleva robar o estafar. Ergo todo el que crea que el genocidio se ha de castigar con cárcel, como el robo, no es un auténtico demócrata. Podría hacer ese ejercicio demagógico, claro, pero es que yo no necesito demostrar nada a nadie.
ACTUALIZACIÓN III. Y en una nueva vuelta de tuerca a mi caracter de no demócrata, aquí tenéis el video completo de la ejecución de Saddam Hussein, para que lo disfrutéis. No democráticamente, por supuesto.
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