ELVIRA LINDO:
LOS NIÑOS DEL MUNDO se dividen en dos grandes grupos:
a) Inocentones: los que miran el truco del mago con la boca abierta y cuando el mago les saca un huevo de la oreja pasan la tarde pensando cómo es posible que durante los ocho años que llevan habitando el planeta Tierra no hubieran advertido que tenían un huevo dentro del cráneo, al lado de la oreja. Cuando ya se rinden los Inocentones y deciden que hay cosas en este mundo que no tienen explicación y que es mejor tener fe sin más, comienzan a darle vueltas a una segunda cosa: ¿y cómo sabía el mago que ellos tenían un huevo dentro de la cabeza, quién se lo había dicho, eh?
b) Hijoputillas: se dice de aquellos otros niños que miran el truco del mago con la ceja levantada, intentando, desde que el espectáculo empieza, pillar al mago en un fallo, en un renuncio, localizar el cordón, el mecanismo que hace que el mago se saque el huevo de la manga y lo coloque con una rapidez supercalifragilística en la oreja del niño voluntario. El hijoputilla se ríe del Mago, se ríe del voluntario, se ríe de los niños Inocentes.
No es por insultar, pero está demostrado por neurobiólogos de todo el mundo que cada español lleva dentro de sí un hijoputilla. Más o menos desarrollado, pero lo lleva. Es genético, probablemente sea un bultillo que tenemos en el hipotálamo o por ahí cerca. Puede que en un futuro se pueda operar con láser, pero, a día de hoy, no hay español que se libre de su hijoputilla (incluidos los habitantes de las Comunidades Históricas). En realidad, podemos vivir con este lastre aunque nos impida disfrutar de la inocencia, y nos dota de un repelente sentido del ridículo. El hijoputilla nos dificulta el aprendizaje de los idiomas, por ejemplo. Me lo dijo un profesor de inglés: al español le da vergüenza imitar los acentos, así que se empeña en conservar el suyo y además se ríe de los españoles que intentan imitar la música de otra lengua. Los tacha de snobs o directamente de gilipollas. El hijoputilla tiene muy mala lengua. Al hijoputilla todos los extranjeros le parecen tontos. Los americanos hablan como Doña Croqueta y son infantiles; los ingleses, tan estirados que son ridículos; los franceses, pretenciosos y sin gracia; los japoneses, alienados; los portugueses, tristes; los latinoamericanos, lentos y demasiado educaditos... Y en medio de toda esa impresionante masa humana, el hijoputilla brilla, riéndose del mundo entero menos de él mismo, por supuesto. Yo, una hijoputilla de a pie, me encontraba este mismo miércoles en un avión con destino al Caribe.
Y sigue.
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