sábado, enero 06, 2007

IMPERMEABLES, SENTAOS antes de leer esto porque os puede dar un aneurisma. "Una investigación concluye que EE. UU. dedica más dinero a la cultura que la UE":

Dos millones de artistas en los censos del Ministerio de Trabajo: tres veces más que policías. Es la excepción cultural, pero norteamericana: Francia, con subvenciones e intermitentes del espectáculo, sólo cuenta 180.000 artistas. ¿Financiación privada contra dinero público? Más bien, matices: "La cultura norteamericana es un movimiento global y complejo, más público de lo que se cree y menos regido por el dinero de lo que se afirma". Es una de las mil sorpresas del trabajo de campo de un sociólogo francés, Frédéric Martel, profesor del Instituto de Estudios Políticos de París, cuyo De la culture en Amérique (Gallimard) describe "un mundo en perpetua mutación y modernización, alimento de una vida cultural profundamente democrática".



"En el mundo de la materia gris que es el siglo XXI - comenta el geólogo y ex ministro francés Claude Allégre- la cultura será tan importante como la innovación tecnológica. Discos, libros, películas, internet serán los vectores. Y sus contenidos conformarán las mentalidades y por tanto la sociedad. La lectura del ensayo de Martel resulta esencial para comprender los mecanismos del magisterio creciente que ejerce la cultura norteamericana sobre el mundo".



Martel explica en efecto que Estados Unidos produce actualmente más cultura que Europa. Y no sólo por razones comerciales.



"Hay una continuidad entre la actividad cultural de las universidades, de las instituciones sin fines lucrativos y el sector comercial". Esa diversidad cultural que Francia reivindica frente a la OMC (Organización Mundial del Comercio) es una realidad en Estados Unidos. El resultado "de una encarnizada competición en el sector sin fines lucrativos".



La explicación de Allégre: "A los pesados ministerios europeos de cultura, dispensadores de subvenciones tantas veces arbitrarias, se opone la política norteamericana de masivas excepciones fiscales, que da la palabra a los actores del terreno y a su emulación". Martel compara los datos del país en el que "el Ministerio de Cultura no está en ninguna parte y la cultura en todas partes" con el suyo. EE. UU. cuenta con una biblioteca por cada 2.500 habitantes frente a una por cada 14.586 en Francia; con un museo por cada 17.143 norteamericanos frente a uno por cada 52.500 galos, y un cine por cada 7.722 frente a uno por cada 11.725.



Tampoco soslaya los defectos del modelo: precio de entrada prohibitivo a ciertos establecimientos, mecenas puritanos, censura, mercantilismo creciente de las fundaciones... Pero los compensan "la descentralización de una cultura multiforme porque la modela una sociedad civil y no el Estado, con ricos filántropos, y las fundaciones sin fines lucrativos pero cuyo presupuesto iguala en muchos casos el de países europeos". Además de las ventajas fiscales, Martel apunta el papel de las universidades, "mucho más protagónico que en Europa". Lo importante es que no se trata de un ensayo sino de una investigación. Martel, que fue agregado cultural en Boston, hizo 700 entrevistas en cuatro años, en 35 estados. También revisó archivos inéditos. Por ejemplo, los apuntes culturales de los presidentes norteamericanos. Ysi las montañas de cifras que puntúan las 600 páginas pueden resultar a veces indigestas, cualquiera de ellas vale más que la palabra de un opinador.



"Me temo que el dinero público en el arte sólo sirva para distraer a los artistas de su responsabilidad: hallar un verdadero mercado para sus productos o un público real para sus espectáculos". Lo asevera el escritor John Updike. Porque si el presidente Jimmy Carter dijo "no tenemos ministro de cultura y espero que no lo tengamos jamás", la mayor parte de los artistas entrevistados por Martel coincide en que "el dinero público dedicado a la cultura sólo puede producir un arte oficial y por lo tanto sospechoso".



La única institución cultural visible, el NEA (National Endowment for the Arts, creado por Lyndon Johnson en 1965) tiene un presupuesto ridículamente bajo: 125 millones de dólares en 2006. Su existencia es caótica, entre presidentes que apostaban por ayudar ópera, museos y orquestas (la highbrow culture,según el término despectivo por oposición a lowbrow,cultura popular) y otros que, como Jimmy Carter, repartieron el dinero entre las minorías étnicas.



Pero a nivel federal, "cerca de 200 ministerios, agencias y organismos financian la cultura". Hay aportaciones indirectas (impuesto al automóvil en Tennessee; lotería en Massachusetts), bonos municipales para construir espacios culturales (803 millones de dólares en Nueva York para 2006-2009) y, sobre todo, "una política impositiva que es la verdadera política cultural". Porque la gran revelación de Martel es que "el dinero público invertido en cultura oscila entre 26.000 y 50.000 millones de dólares por año. Calculado por habitante, el presupuesto cultural público norteamericano es igual o superior al de Francia".



El rubro más importante, la donación individual, suma 13.500 millones de dólares anuales: ¡cuatro veces el presupuesto del ministerio de cultura francés! Y las 62.000 fundaciones representan el 8,5% del PBI. Las 4.000 universidades por su parte no sólo forman a los futuros actores de la vida cultural sino también a su público. Y son polos multiculturales: 700 museos, 2.300 Performing Arts Centers, 110 editoriales y 3.500 bibliotecas, 65 con más de dos millones y medio de volúmenes. Harward - su endowment,captal en Bolsa, es de 26.000 millones de dólares- posee una biblioteca comparable a la del Congreso, la mejor cinemateca del mundo y tres teatros. En fin las universidades son el principal empleador de los dos millones de artistas. Y falta contabilizar 900.000 public charities,mezcla de asociación y empresa, que gracias a su misión de interés general no pagan impuestos.



El libro va más allá: historia de la cultura pública, de Jefferson a Bush plantea la paradoja de que los Estados Unidos no son sólo potencia cultural dominante debido a su imperialismo, "sino porque, con sus inmensas minorías, se han convertido en el mundo en miniatura".