sábado, febrero 17, 2007

UNA VERDAD INCÓMODA para Al Gore y quienes los idolatran -entre ellos, Zapatero- es que el informe del IPCC sobre el calentamiento climático demuestra que la mayor parte de lo que dice en el docutrola es eso, una trola. Escribe Xavier Sala-i-Martín (en La Vanguardia requiere registro, en su propio web no):

Leo con estupor que el gobierno acaba de contratar a Michael Moore como asesor en temas de terrorismo y se ha comprometido a hacer llegar a todos los colegios españoles su película Fahrenheit 9/11.



¿O era Al Gore para temas de CC (o cambio climático)? Bien, Moore, Gore, para el caso es lo mismo: ambos se dedican a hacer cinematografía propagandística con una preocupante falta de respeto por la verdad. En el caso del ex vicepresidente, su lucrativa cruzada político-climática le ha llevado a protagonizar Una Verdad Incómoda, una película bien hecha, dramática y a veces estremecedora, pero con un pequeño inconveniente: está plagada de mentiras incómodas.

Por supuesto seguid leyendo. Es el primero de una serie que publicará en La Vanguardia sobre el IPCC, y la buena noticia es que las dos entregas siguientes (de un total de 5) ya están en su web: por un lado, arremetiendo contra el supuesto consenso científico y, después, recordando a los ecocondríacos su tendencia a analizar el futuro bajo los mismos parámetros que el presente, sin tener en cuenta los cambios de paradigma que provocarán los avances que se irán produciendo. Pone el ejemplo de lo que los Cassandras decían a finales del siglo XIX:

La humanidad se enfrentaba a un serio problema medioambiental: el estiércol. La población urbana se disparaba y, dado que el medio de transporte principal eran los coches de caballos, los excrementos se acumulaban peligrosamente en la ciudad causando hedor, enfermedades respiratorias y fiebres tifoideas. Los sabios, que proyectaban una explosión demográfica a lo largo del siglo XX, predijeron una crisis ecológica sin precedentes.



Han pasado doscientos años y el miedo a morir sepultados por excrementos ecuestres se ha evaporado.

Y es que esos "visionarios" catastrofistas fueron incapaces de prever la aparición del automóvil, que fue la solución que acabó en un plis-plás con el problema del estiércol. Y eso que, como Xavier recuerda, el invento estaba a la vuelta de la esquina.