sábado, septiembre 01, 2007

ZP SELLERS:
Nos va haciendo falta un estudio serio sobre las conexiones entre el cine cómico y nuestros dos últimos presidentes. Si la carcajada en Aznar era un eco que rebotaba desde los maestros del cine mudo (básicamente una mezcla entre el bigote de Charlie Chaplin y la faz de piedra de Buster Keaton), en Zapatero hay una vena humorística que procede de uno de los últimos pilares del género: Peter Sellers. Actor magistral, Sellers era capaz de transmutarse en dos o tres personajes distintos en la misma película (lo hizo en Lolita y en Doctor Strangelove, ambas bajo el faro de Kubrick). Del mismo modo, Zapatero tiene el don camaleónico de desdoblarse en varios políticos distintos para ocupar una sola legislatura.

Primero fue el dulce y suertudo jardinero de Bienvenido, Míster Chance, aquel hombrecillo afable e inocente que, de carambola en carambola, llega a presidente. Algunos críticos cinematográficos han comparado a Zapatero con Bambi y con Míster Bean, pero un cervatillo animado resulta demasiado plano para captar las honduras filosóficas presidenciales, y Míster Bean tiene la ventaja de que no necesita abrir la boca. En cambio, en sus sentencias más hilarantes, Zapatero ha igualado la capacidad de síntesis de Míster Chance, aquel personaje de Kosinski incorporado por Sellers, que parecía estar desvelando el misterio cenital de la economía al aconsejar sobre el riego de tulipanes.

Durante su mandato, Zapatero ha expectorado frases como: «Durante el franquismo no había españoles» o «Las lenguas están hechas para entenderse». Auténticas perlas de sabiduría que lo mismo podrían estar sacadas del I Ching que de un manual de cuidados florales del padre Mundina.

Ahora, con su francés impecable, Zapatero acaba de revelarse como un clon más del inspector Clouseau, el personaje que llevó definitivamente a Peter Sellers a la fama. Patoso, meticón e incongruente, Clouseau es un desastre con dos patas que va provocando conflictos diplomáticos allá donde pisa. En su interpretación de Clouseau, Zapatero, sin sombrero ni gabardina, recuerda más al dibujo animado por su francés de pacotilla: «No digas sí, Mogatinos, di oui».

Y como el doctor Strangelove, aquel científico paralítico al que se le disparaba el brazo en un involuntario saludo nazi, Zapatero también ha intentado enseñarnos a amar la bomba: los que las ponen siempre son hombres de paz y una explosión que siega dos vidas se convierte, en sus labios, en un accidente. Cosas que pasan. Porque, al igual que Peter Sellers, todos los avatares de Zapatero están animados por una bondad esencial, ultraterrena: la sonrisa beatífica de aquel actor hindú de El guateque que debería ser declarado zona catastrófica. Menos mal que en esta guerra civil que Zapatero se ha empeñado en ganar con siete décadas de retraso, desempolvando naciones putrefactas y estatutos de fútbol sala, en vez de sangre corren sólo espuma, saliva y cava.
Je. O casi.