[Actualizado] LA DEFENSORA del lector de El País aborda hoy el affaire Vigalondo. Yo insisto en que el problema no es haber hecho humor negro sobre el Holocausto: eso quedaría en el ámbito de la libertad de expresión, que debe amparar opiniones por repugnantes que sean (un derecho que muchos parecen olvidar de golpe cuando quien profiere las mismas expresiones no es de su cuerda, por cierto). Si me apuráis, la libertad de expresión debe proteger especialmente las opiniones repugnantes: conceder el derecho de emitir opiniones con las que ya estamos previamente de acuerdo no tiene mérito.
Pero a lo que iba: el problema de Vigalondo no es haber hecho humor negro sobre el Holocausto (muchos judíos lo hacen), sino no haber hecho humor, a secas. Repetir consignas negacionistas para provocar, sin aportar absolutamente nada, y por mucho animus iocandi con el que se haga, es el verdadero 'crimen'.
Y finalmente, no debe olvidarse que la libertad de expresión tiene también una contrapartida: la obligación de atenerse a las consecuencias. Esas consecuencias tanto pueden ser tener que soportar las críticas a lo dicho, como tener tragar con el hecho de que haya particulares o empresas que, en función de su propia libertad, decidan cortar sus relaciones con los bocazas. Uno no puede pretender que puede decir lo que apetezca y después quejarse de que la gente actúe en consecuencia. No aceptar las críticas es abusar de la libertad de expresión en nombre de ésta, usándola como escudo para, precisamente, negar esa misma libertad de expresión a quienes opinan en sentido contrario. O para negar la libertad de una empresa para elegir con quién se quiere jugar la imagen y los cuartos. Pues no: si somos adultos como para decir lo que queramos, también tenemos que serlo para apechugar con los efectos de lo que hemos dicho.
ACTUALIZACIÓN. Más, por Montse Doval.
Pero a lo que iba: el problema de Vigalondo no es haber hecho humor negro sobre el Holocausto (muchos judíos lo hacen), sino no haber hecho humor, a secas. Repetir consignas negacionistas para provocar, sin aportar absolutamente nada, y por mucho animus iocandi con el que se haga, es el verdadero 'crimen'.
Y finalmente, no debe olvidarse que la libertad de expresión tiene también una contrapartida: la obligación de atenerse a las consecuencias. Esas consecuencias tanto pueden ser tener que soportar las críticas a lo dicho, como tener tragar con el hecho de que haya particulares o empresas que, en función de su propia libertad, decidan cortar sus relaciones con los bocazas. Uno no puede pretender que puede decir lo que apetezca y después quejarse de que la gente actúe en consecuencia. No aceptar las críticas es abusar de la libertad de expresión en nombre de ésta, usándola como escudo para, precisamente, negar esa misma libertad de expresión a quienes opinan en sentido contrario. O para negar la libertad de una empresa para elegir con quién se quiere jugar la imagen y los cuartos. Pues no: si somos adultos como para decir lo que queramos, también tenemos que serlo para apechugar con los efectos de lo que hemos dicho.
ACTUALIZACIÓN. Más, por Montse Doval.
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