miércoles, junio 22, 2011

FRANCESC-MARC ÁLVARO:
Si se lee con atención el párrafo de la obra de Negri y Hardt, se pone de manifiesto que (como algunos hemos intentado explicar desde hace días y mucho antes de los hechos violentos contra el Parlament y los diputados) la base ideológica de este fenómeno es la descalificación frontal de las instituciones democráticas en nombre de una masa (la multitud en red) que protagoniza un supuesto proceso insurreccional/revolucionario que trata de fundamentar una nueva legitimidad a partir de cero. Un acampado me lo resumió en otras palabras: “Nosotros no crearemos un partido político ni nada parecido, porque estamos construyendo una nueva realidad donde todo lo que tú defiendes ya no tendrá ningún sentido”. Esta ideología no es nueva, aunque algunos están convencidos de que sí. Lo que es nuevo es el formato en el que se presenta, mediante tecnologías de la comunicación que convierten todo receptor en emisor. La multitud –la masa que dirían Ortega y Gasset o Canetti– no tiene centro, ni portavoces estables, ni una dirección clara, sino que se limita a ocupar el espacio público, literalmente. Así lo hicieron con las plazas, en medio de la simpatía general. Cuando lo quisieron repetir con el Parlament, fueron víctimas de su propaganda emocional y de un cálculo táctico erróneo. Hay una palabra que sirve para denominar el poder de la masa: oclocracia. Como es evidente, todo esto no tiene nada de progresista, es pura nostalgia por un estadio primitivo de pureza ideal en que los individuos, en asamblea permanente, establecían un gobierno perfecto, liberados para siempre de los intereses oscuros de los poderosos.

Esta ideología antipolítica, antidemócrata, simplista, demagógica y populista existía antes de la crisis, siempre ha existido, adaptando su retórica a la moda de cada momento. Ahora, sin embargo, ha encontrado la gran ocasión para salir de la marginalidad y ofrecerse como la solución mágica a miles de personas que sufren de manera muy cruda y aguda los efectos de la recesión y el paro. Como todos los populistas, los vendedores de la oclocracia, los que habían leído a Negri y otros catecismos similares, los que llevaban décadas predicando desde grupúsculos sin audiencia, han salido a pescar en el malestar y, por primera vez, han encontrado gente normal que, desesperada y harta de la política oficial, les ha hecho un poco de caso y se ha sumado a la manifestación. La frustración vendrá pronto.