Al comparar el voto del 25-N con la univocidad atribuida a la manifestación del 11-S, resulta que la insatisfacción generada por el factor económico superaba el contenido identitario. Mas ha pagado en votos su improvisación electoral y la irresponsabilidad de atribuir a una insatisfacción económica y social la unanimidad de una ilusión inconcreta. La presunta intuición electoralista devino turbación polarizadora. No conecta con el catalanismo más clásico y capaz de transacciones. Creyó políticamente provechoso ponerse al frente de una catarsis colectiva cuyo impulso, tal vez de menor arraigo del que se le supone, achacaba los efectos erosivos de la crisis económica al Gobierno de España y parecía ignorar los recortes efectuados por la Generalitat. Afortunadamente, ahora recupera espacio la evidencia de que hay distintas maneras legítimas de defender los intereses de la sociedad catalana. El bloqueo mediático instrumentado por CiU está dejando de ser efectivo. El recuento del 25-N es indicativo de una sociedad abierta a su propio futuro, con los temores e incertidumbres propios de una gran crisis económica.
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