PUES VICENTE VALLÉS tiene un punto:
Artur Mas ha debido leer algún libro de autoayuda equivocado. O quizá sus asesores no son los adecuados. O quizá es que hay cosas que no tienen remedio. Quizá esté en su naturaleza, y no puede evitarlo.
Cuando se produce una catástrofe que conmueve a la sociedad, los líderes de esa sociedad suelen tomar nota y adaptarse a la situación, hasta que pasa un tiempo y la conmoción se suaviza. El accidente de tren de Santiago ha provocado que durante unos días la oposición haya dejado temporalmente de pedir explicaciones al PP por Bárcenas, o que el gobierno haya evitado sacar pecho por la bajada del paro. Es lo natural. De repente, nada de eso es prioritario en este momento concreto, en estos días en los que hay cosas mucho más urgentes de las que ocuparse.
Es una muestra de sensibilidad y, a la vez, de sentido de la oportunidad política. El manejo de los tiempos es fundamental para un líder. Cada día tiene su afán. Y el afán de estos días era enterrar a los muertos, curar a los heridos y reconfortar a las familias de las víctimas. Y, si acaso, un respetuoso silencio. Todo lo demás se aparca.
Pero Artur Mas tenía que enviar una carta y no podía esperar.
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