ALGUIEN TENÍA QUE DECIRLO:
El culebrón Mandela sencillamente ha durado demasiado tiempo. Desde que el pobre hombre cayó enfermo (ya antes del Mundial de Fútbol), fuese ingresado en el hospital, algunos pronto lo dieron por muerto (no, está agonizando, dijeron). Poco después regresó a casa. Quería descansar, que lo dejaran en paz, morir con los suyos. Durante todo este doloroso proceso ha sido un no parar de especular y de urdir a sus espaldas. Empezando por su familia: las hijas no han parado de disputarse la herencia de una o varias empresas familiares. Los nietos se pelean por las propiedades inmobiliarias del clan Mandela, el legado Mandela, los derechos sobre la Biblioteca y Fundación Mandela.
La lista de bienes en litigio es largo y las riñas aún más. Sumado a este ignominioso espectáculo que libran la familia y "amigos", hay que contar con el creciente problema de corrupción en el seno del partido político por el que Mandela tanto ha luchado a lo largo de su vida política, el ANC (Congreso Nacional Africano). Sus líderes, ávidos de mayores parcelas de poder y riqueza, no se hartan de malversar caudales públicos y de conceder favores a turbios personajes. Jacob Zuma, el presidente de la nación, tampoco se libra.
En la prensa del país cada día aparecen nuevas noticias, a cuál más vergonzosa, relacionadas con la mansión de lujo (más que mansión se asemeja a una urbanización) que el Presidente se está construyendo en su tierra natal, y con cargo al erario público. 25 millones de euros, lleva gastados en el disparate urbanístico. Estas noticias, el sufrido trabajador sudafricano las recibe como si le propinasen una patada en el trasero. Un insulto en toda regla. Pues ve como sus impuestos no se emplean en lo que deben, sino que terminan en los bolsillos de esta nueva y corrupta élite política. Sudáfrica en tiempos del Presidente Mandela, pero también hoy, continúa adoleciendo de desigualdades tremendas.
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