NO SÉ CÓMO SE ME PUDO ESCAPAR ESTE LIBRO: La generación de los pucheros (o por qué “Estoy triste”):
No es lo mismo una espera en Ryanair que una cola a las puertas de un insalubre y sádico matadero de Chicago de los que aparecen en la novela La Jungla, de Upton Sinclair. Tampoco son lo mismo Los lloros por el IVA aplicado sobre la hamburguesa de tofu del bar barcelonés Federal que Las uvas de la ira que sintió la familia de Tom Joad en la novela de Steinbeck (“Se ve cómo crece la ira en los ojos de los hambrientos. Y en sus almas se hinchan y maduran las uvas de la ira”; las uvas como metáfora de otras cosas, de tamaño y forma similar, que se le pueden inflar al hombre que nada tiene). Del mismo modo, no es lo mismo ser un protagonista de una novela de Zola que de un capítulo de la serie Girls (una escena: Lena Dunham recibe la patada de su faena no retribuida como becaria de la editorial neoyorquina que publica a Tao Lin; se toma una infusión cargadita de opio y gimotea hasta las cejas y ante sus padres con el fin de suplicar más dinero para acabar los escritos que la convertirán en LA voz de su generación, o, al menos, “en UNA voz de mi generación”). Y, sin embargo, los lagrimales de los posadolescentes que aún no han alcanzado aún los 35 años tienen llagas por el exceso de lloriqueo.Habrá que leerlo...
Meredith Haaf les grita a los componentes de esta camada gimoteante: Dejad de lloriquear: Sobre una generación y sus problemas superfluos, en un ensayo sociopop, una especie de ¡Indignaos! antihipster y bien escrito, que verá la luz en octubre con el sello Alpha Decay.
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