SADDAM, MI HÉROE:
Soy el presidente de la República de Iraq”, manifestó firme, combativo y sereno Saddam Hussein ante el joven juez de instrucción. Durante treinta minutos, el que fue por tres décadas el poderoso rais de la República iraquí, derrotado y capturado por el ejército estadounidense ocupante, hizo gala de habilidad, sangre fría, astucia en su primera comparecencia en este espectacular juicio político del siglo XXI para escuchar los gravísismos cargos que se le imputan: crímenes de guerra y contra la humanidad, asesinatos de dirigentes religiosos y políticos.No, no es la traducción hecha por MEMRI de algún artículo de la prensa de Oriente Medio.
Saddam Hussein, con la grisácea barba cuidada, y cabello negro, luciendo camisa blanca, traje gris y zapatos sin una mota de polvo, supo defenderse con eficacia y exigir garantías legales una vez que ha perdido su condición de prisionero de guerra.
[...] Las cintas de vídeo grabadas sobre su impresionante aparición en público, después de las imágenes de su humillante captura del pasado mes de diciembre, fueron difundidas al principio sin banda sonora porque los censores estadounidenses e iraquíes querían evitar que la difusión de su palabra provocase un fuerte impacto no sólo en Iraq, sino en todos los pueblos árabes.
Saddam Hussein supo aprovechar inteligentemente esta ocasión única –no habrá otra convocatoria por lo menos hasta el año que viene, después de las elecciones en Estados Unidos– para afirmar sus derechos y poner en entredicho la competencia del tribunal encargado de juzgarle. Estaba totalmente percatado del eco que sus palabras e imágenes despertarían en millones de árabes desde el golfo Pérsico hasta el océano Atlántico.
[...] Entonces Saddam Hussein, en tono condescendiente de padre de la nación, le instó a no hacer ninguna referencia a las fuerzas ocupantes porque representaba al pueblo iraquí.
[...] Cuando el juez pretendió por dos veces que firmase el acta de los cargos de acusación, Saddam demostró serenidad diciendo con buenas palabras que, “si se lo permitía, no estamparía su firma en el documento hasta que sus abogados estuviesen presentes”. A veces confiado, otras combativo o desafiante, no arrepintiéndose por haber invadido Kuwait, que fue el principio del fin de su régimen, y pidiendo el reconocimiento de garantías porque las guerras de Kuwait e Irán las había acometido siendo presidente de la república, se levantó de la sala diciendo jalas, que en árabe quiere decir “esto es todo”.
Es Tomás Alcoverro, corresponsal en Beirut y enviado especial a Bagdad del diario barcelonés La Vanguardia.
ACTUALIZACIÓN: Suerte que Arthur Chrenkoff no lee La Vanguardia. Por cierto, fijaos las 'curiosas' similitudes de algunas frases de los artículos a los que enlaza con las de Alcoverro. Debieron escribir en grupo, viendo las imágenes en la tele del bar del hotel.
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