jueves, septiembre 09, 2004

EL ISLAM CONTRA ALÁ, escribe Pilar Rahola en un artículo publicado hoy en el diario Avui y que me te tomado la libertad de traducir íntegramente:
A diferencia de Eduardo Haro Tecglen, que cree que la conciencia más limpia es la del ateo, yo estoy convencida de que la conciencia tiene poco que ver con creer o no creer. En nombre de la negación de Dios, el estalinismo mató hasta el horror y, en nombre de dios, la historia está sembrada de crímenes. Dios, como toda entelequia, está sujeto al mal o buen uso que se pueda hacer de él, de modo que es mejor mantenerlo en el ámbito privado propio de lo trascendente. Sin embargo, como la realidad nos lleva al dolor sangrante con firma de niños asesinados en nombre de Alá, y nos reproduce las cuencas vacías de los ojos de los fanáticos de la muerte, y nos muestra (para todo aquél que quiera verlo) los campos de entrenamiento donde la infancia es destruida a manos de los padres que los enseñan a odiar y a morir matando, como todo esto pasa en nombre de Dios, resulta difícil dejarlo fuera.

Dios, hoy, es utilzado para fanatizar, socializar en el odio y matar. El Dios llamado Alá, pero en otros tiempos tuvo otros nombres, otros ritos y liturgias que también educaron en la intolerancia y la violencia. Todo creyente sabe que el Dios individual puede construir almas nobles como santa Teresa de Calcuta, pero que el Dios colectivo ha engendrado, a lo largo de la historia, monstruos terribles. ¿Y la razón? La razón, como profetizó Goya, ¿también engendra monstruos? Estoy convencida de que sí, y en estos momentos de pesar en el que la muerte nos golpea las entrañas en su forma más abrupta, quiero hablar de los guerreros enloquecidos de dios, y de los intelectuales racionalistas que, en nombre de la razón, no están a la altura moral que la Historia requiere.

Primero, los guerreros. A pesar de que la ignorancia se ha convertido en patrón de conducta del análisis internacional, resulta escalofriante ver como analistas de prestigio e intelectuales laureados no tienen ni idea de lo que hablan. O peor aún, en nombre de la solidaridad y la justicia, mienten, distorsionan o sencillamente defienden planteamientos incomprensibles. Una de las barbaridades más lamentables la dijo, hace pocos días en el Fórum, Juan Goytisolo: “Los palestinos y los chechenos no son terroristas, sino resistentes”, y el público convencido de su compromiso solidario se tragó la frase con esa estupidez que caracteriza determinados cerebros planos de la izquierda. Lo cierto es que la resistencia a una situación de opresión, mítica en la historia, no tiene nada que ver con una ideología internacionalizada, de base nihilista y de planteamiento totalitario, como es el integrismo islámico. Los guerreros enloquecidos del Islam no luchan por la libertad de nadie, sino contra la libertad. No son los defensores de los pobres, sino sus opresores. No aman a sus hijos, sino que los odian y los convierten en máquinas de matar. Y no están a favor de resolver los conflictos abiertos en el mundo, sino que los usan, se aprovechan de ellos y los destruyen. ¿Cómo puede considerar Goytisolo que poner una bomba en un autobús lleno de niños en Jerusalén, o mantener un millar de niños aterrorizados, hambrientos y sedientos, rodeados de bombas, en una escuela de Beslam, son actos de resistencia? ¿Cómo puede creerlo alguien? Más aún, ¿cómo es posible que los intelectuales opinen desde la desinformación y ni siquiera conozcan los textos de los grupos terroristas palestinos o chechenos, en los que la intención bélica no tiene nada que ver con liberar a sus pueblos, sino que pretenden crear una república islámica estricta hasta allá donde pueda extenderse? Todos los que conozcan el conflicto checheno ya sabe que hace años que se están organizando grupos de culto wahabita en las repúblicas del Cáucaso, que usan las cuestiones nacionales pendientes para alimentar el fanatismo integrista. El propio Basaiev y su lugarteniente, el llamado “árabe negro”, son las cabezas visibles de este totalitarismo del siglo XXI. Un totalitarismo que, como el nazismo, no ha respetado nada de los sagrado: la infancia, la Cruz Roja, las ambulancias, las ONGs de ayuda humanitaria, todo vale pare una ideología que hace del culto a la muerte su código de conducta.

Ellos son los asesinos. Pero, ¿y los demás, los que no matamos? Parafraseando a Luther King, “lo peor no es la maldad de los perversos sino el silencio de los buenos”. Y lanzo mi acusación. Acuso al mundo islámico de callar, de otorgar, de minimizar el carácter asesino del integrismo, de disfrazar terroristas como resistentes, de no alzar la voz para crear un gran movimiento anticrítico, de no cumplir con el deber moral que tienen hacia su propia cultura. Acuso a sus medios de comunicación, con Al Yazira a la cabeza, de fomentar el antioccidentalismo, el antisemitismo y de practicar un paternalismo con el terrorismo que sólo puede conducir el Islam a su autodestrucción. Acuso a los Tariq Ramadan y a las Nawal al-Sadawi de camuflarse bajo un doble discurso según la lengua en que hablen, y de no asumir la obligación histórica de rechazar la ideología totalitaria que ha nacido en su seno. Igual que los intelectuales europeos que no estuvieron a la altura cuando el nazismo mataba sin freno alguno, o cuando el estalinismo mató hasta la fatiga, los intelectuales islámicos actuales –con muy pocas excepciones- practican el antiamericanismo furibundo, justifican el terrorismo y no asumen el rol de defensores de la libertad que les correspondería. Y, en Occidente, acuso a la legión de intelectuales de izquierda que, como los monos, ni escuchan ni ven, pero hablan como si aún tuviesen el cartel del Che colgando de las narices, y pensasen que todos esos locos que van secuestrando, matando y violando en nombre de Alá son el resurgimiento de los movimientos guerrilleros de su adolescencia. Alimentados por el odio al Gran Satán americano, estos intelectuales se han convertido en una extraordinaria coartada para la justificación de la ideología totalitaria. Igual que hicieron con el estalinismo. Por eso creen que Hamas es un grupo de resistencia, y no la banda de fanáticos asesinos que han demostrado ser. Y por eso, cuando la maldad secuestra y mata a la infancia, en nombre de Chechenia, prefieren hablar de la culpa rusa. Supongo que estarían encantados que finalmente Basaiev creara la gran república islámica del Cáucaso, paladín de la libertad.

La intelligentzia islámica es, hoy, cómplice por minimización, paternalismo y justificación del integrismo islámico. Y la intelligentzia occidental es cómplice por pura imbecilidad. En los dos casos, los que más hablan de libertad y solidaridad más están traicionando a ambas. Y, por el camino, traicionan el deber moral que, como intelectuales, deberían tener. “Lo peor, el silencio de los buenos…”