A ESTE PASO habrá que plantearse hacer una campaña a favor de Alfredo Abián como director de La Vanguardia. En su billete de hoy vuelve a rezumar sentido común:
Las bombas son de escasa potencia hasta que una de ellas te amputa un miembro, cuando no la vida. Bien está que los artificieros analicen y desvelen la cantidad y el tipo de explosivo de los artefactos o su mecanismo de activación, pero perderíamos una vez más el tiempo si estableciéramos una correlación entre los gramos de nitrato amónico y la mayor o menor maldad del mensaje que nos quiere enviar ETA. Cuando algo estalla, a la sociedad le da lo mismo que sea amosal o un imposible combinado explosivo de txakolí con batido de chocolate. De la misma forma, sería un error atribuir una inexistente magnanimidad a quienes pudiendo colocar kilos de amosal nos dejan sólo 200 gramos. ETA y Batasuna han diseñado una nueva estrategia, aunque ni los brillantes paleontólogos que trabajan en Els Hostalets de Pierola serían capaces de arrojarnos luz sobre el eslabón perdido de los planteamientos etarras. Entre otras cosas, porque en todas sus formulaciones abunda más el cemento Portland que las cadenas neuronales. Eso sí, desde la más absoluta mediocridad política armada son capaces de atraer la atención, especialmente la de algún espabiladillo que los tiene como hombres de palabra. Decretaron una tregua en Catalunya y están cumpliendo. Aquí, ya no nos ponen bombas ni de escasa potencia.Lo de la campaña lo digo porque con él como responsable del diario difícilmente veríamos un editorial, pocas páginas más allá, soltando una de las mayores memeces sobre política internacional que a estas alturas ya sólo se atreven a repetir los panfletillos de cónclave altermundialista (y La Vanguardia, por lo que se ve):
Entre las motivaciones ocultas de Washington en la guerra contra Iraq está lograr el control de la segunda reserva mundial de petróleo [...]O el provecto rotativo barcelonés tiene algún micrófono oculto en el despacho Oval, o esa avanzada edad está causando estragos. O quizás esta frase simplemente es la prueba de que Cristina Losada tiene más razón que una santa (con perdón).
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