domingo, marzo 13, 2005

AHÍ QUEDA ESO: Xavier Batalla, el presentado por La Vanguardia como experto de la casa en cuestiones internacionales, parece acusar nada menos que de corrupción a algunos de sus colegas. En un artículo de hoy repasa el escenario de los think tanks, la prensa, y la influencia mutua entre ambos, y (sólo hay que imaginarse la cara de satisfacción mientras tecleaba, consciente del ingenio que estaba a punto de derramar) acaba de este modo:
En la década de 1970 la situación volvió a cambiar con la aparición de un tercer tipo de think tanks,no basado ya en la investigación plural o en los contratos gubernamentales, sino en la oferta de productos ideológicos con el propósito de influir en el poder. El laboratorio de ideas más paradigmático de esta generación es posiblemente el American Enterprise Institute, que aunque fundado en 1943 pasa ahora, con dineros de particulares y de empresas, por ser el buque insignia del movimiento de los neoconservadores.

La influencia de los think tanks depende en parte de los medios de comunicación, al menos en lo que se refiere a la diseminación de sus ideas entre la opinión pública. Por eso ya no debe resultar extraño a estas alturas de la historia que diferentes columnistas coincidan a menudo en propagar la misma idea, dicho sea esto con un margen de error del 3%.
Para partirse, ¿a que sí? Lo que no sé es si hay algún premio Pulitzer reservado para quien hace sin pruebas una acusación tan grave como esta. Y es que Batalla, como todo ungido que se precie, parece creer que posee la verdad absoluta; cualquiera que tenga una opinión distinta a la suya no es porque genuina y legítimamente vea las cosas de forma distinta, sino porque le pagan para mantener una postura en la que sólo se puede creer por motivos espúrios. O eso, o estamos ante un caso de libro de lo que Freud definió como proyección.

Sea lo que sea no es un problema aislado porque pocas páginas después, haciendo balance de la política exterior española desde el 11-M, Batalla suelta otra:
No todo, claro está, ha salido redondo. Poder ir a París como amigo no debe excluir la posibilidad de hacerlo aWashington, donde aún hay malas caras. La retirada de Iraq no fue una iniciativa gratuita de Zapatero: fue el cumplimiento de una promesa electoral, lo que, tal como están las cosas, no es un mal ejemplo. Pero la promesa no incluía el compromiso de repetir errores diplomáticos de manera casi sistemática, como retirar las tropas antes de lo que en su momento se le comunicó a la Administración Bush o como no levantarse del asiento cuando corresponde. Y la respuesta de Washington no ha dejado de ser significativa. El pasado mes de febrero, cuando Bush viajó a Europa para sugerir, entre otras cosas, que ha cambiado y que admite algunas de las razones esgrimidas por quienes no le apoyaron en Iraq, Zapatero fue la gran excepción. Incluso el presidente francés, Jacques Chirac, al que había que castigar por haber encabezado la contestación en el Consejo de Seguridad, parece haber sido perdonado. Quizá Zapatero sea la excepción porque Bush, cuando se trata del caso español, sigue teniendo un consejero muy especial.
(las negritas son mías)

Conspiraciones, complots, motivos ocultos, suposiciones: periodismo de primera, desde luego.