EDITORIAL DEL PAÍS:
Una cosa es un agravio real o supuesto a un determinado credo religioso y otra muy distinta la respuesta violenta a ese presunto menosprecio. Los musulmanes que estos días protestan violentamente en países europeos por unas viñetas deberían asumir que en los sistemas democráticos las ofensas se dirimen ante los tribunales de justicia. ¿Acaso no ofende más a su religión quien invoca a Alá y a su profeta para estrellar aviones contra edificios o poner bombas en los trenes? El camino que se está iniciando repite el que condujo a la fatua contra Salman Rushdie o al asesinato del cineasta holandés Theo van Gogh. Pero mucho más indecente en el itinerario de esta escalada contra el sentido común es la instrumentalización que del ultraje religioso están haciendo numerosos Gobiernos islámicos y grupos con capacidad de agitación, que ven en la globalización y radicalización de la protesta una forma inmejorable de alienar más a sus ciudadanos y camuflar sus propias y abismales carencias democráticas.
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