domingo, mayo 28, 2006

VEO POR INSTAPUNDIT que Amazon se ha lanzado a un proyecto ciertamente intrigante y potencialmente explosivo: el de la TV por internet. No se trata de un servicio de videos tipo YouTube o similar, sino un verdadero talk show retransmitido en directo cada jueves a las 11 de la noche, hora de Nueva York, con el conocido showman Bill Maher (algo así como Buenafuente, por estilo y por ideario) como anfitrión. Empieza el 1 de junio, y ya está disponible el episodio piloto. Ni un euro de inversión más que el salario de Maher y su equipo, el alquiler del estudio y técnicos por horas, y presumiblemente el catering de los invitados... Ni antenizaciones, ni complejos audiovisuales, ni reemisores, ni absolutamente nada. Y dada la enorme base de clientes de un gigante como Amazon, sin casi un céntimo en marketing para llegar a millones de espectadores.

Hay quien dice que Zapatero les hizo un regalo a sus amigos al darles la licencia de La Sexta, y antes a Polanco al permitirle abrir el Plus. Seguramente esa era la intención, desde luego, pero sin que nadie fuera realmente consciente -ni los agraciados, ni muchísimo menos él- de lo pronto que se empezarán a pinchar los dedos con las espinas que tiene esa rosa tan bonita que tanta ilusión les hizo en su momento. Lo mismo le ocurrirá a todos los que están muy ufanos con sus flamantes licencias de TDT: en muy pocos años, muchos menos de lo que parece, nada de lo que ahora es la industria televisiva, basada en la escasez del espectro y necesitada de enormes inversiones en infraestructura, tendrá sentido. Supongo que viendo lo que les ha pasado a las barbas de sus primos los periódicos y la radio desde que se toparon con internet, las TVs deberían haber puesto sus barbas a remojar, pero la habitual euforia catódica de sus responsables hace pensar que eso no es así.

Pues que se vayan preparando: con el ejemplo de Amazon, y unos cuantos movimientos tecnológicos y de mercado que también se están produciendo o se van a producir en breve, es posible que dentro de poco los accionistas de las nuevas televisiones españolas consideren el día que les concedieron la licencia como el peor de todas sus vidas.