XAVIER MAS DE XAXÀS:
La sociedad catalana está a punto de vivir una de sus habituales catarsis públicas, una alucinación colectiva, al mismo tiempo, que hará levitar a gran parte de la población. De hecho, el fenómeno ya se ha iniciado. Escribo estas líneas cuando falta poco más de un día para que el FC Barcelona se enfrente al Arsenal en la final de la Liga de Campeones, el torneo de clubs más importante del mundo. La gran movilización ciudadana, con decenas de miles de aficionados desplazados a París para ocupar su asiento en el Stade de France y millones más planificando la velada por televisión, demuestra, en gran medida, la capacidad de un pueblo para ilusionarse, sufrir y disfrutar con un partido de fútbol.(hat tip: my brother Ignacio)
También demuestra, sin embargo, la capacidad de un sistema político y económico, de una organización social avanzada, de un país con aspiraciones sofisticadas, de utilizar los genuinos sentimientos de una afición deportiva para el empobrecimiento colectivo.
Me gusta el fútbol. Soy asiduo del Camp Nou, uno de los estadios con mejor calidad futbolística, tanto propia como ajena. No me gusta, sin embargo, lo que rodea a este deporte, que es capaz de lograr, como ninguna otra actividad humana y, evidentemente, como ninguna organización internacional, la unión de intereses, la utopía de una aldea global enganchada a un objetivo común.
[...] Mañana al ponerse el sol, el FC Barcelona y el Arsenal jugarán en el Stade de France, que está en Saint Dènis, uno de los barrios más conflictivos de Europa, un gueto de inmigrantes, negros y musulmanes en su mayoría, sin opción a nada que no sea la lógica de la pobreza, la mala educación, la violencia y las drogas. Saint Dènis, foco de los disturbios del pasado mes de noviembre -¿recuerdan la quema de coches?-, donde Al Qaeda recluta terroristas suicidas y las escuelas son un infierno, acogerá el miércoles por la noche a un pueblo ilusionado con un triunfo en la Liga de Campeones, un pueblo dispuesto a gritar gol como quien antes, a mediados de los 70, gritaba llibertad, aministia, estatut d’autonomia. Será un grito de alegría para llenar el pozo que a diario cavan noticias como las aquí relatadas.
El riesgo está que la pelota no entre, y la hinchada catalana, con la cruz de 1714 a cuestas, se eche a las calles de Saint Dènis a pasear su destino de nación perdida en la derrotada.
Sería bueno que, en este escenario catastrofista, pudiera producirse el encuentro fortuito de un catalán barcelonista con algún ciudadano local, uno de estos franceses condenados a vivir sin egalité, capaz de prenderle fuego a una senyera o una bufanda blaugrana y quedarse tan ancho.
Tal vez entonces recuperaríamos el sentido común y viviríamos los acontecimientos deportivos como lo que son, como fiestas intrascendentes, organizadas sin más motivo que la diversión y el entretenimiento. Dejaríamos de hincharnos el ego patriótico con los éxitos de Pedrosa, Alonso y Nadal, los héroes del pasado fin de semana para millones de españoles.
Mientras no lo hagamos seguiremos idiotizados, como seres babosos a la espera de que entre el balón.
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