IMPECABLE, MAGISTRAL Francesc-Marc Àlvaro [había olvidado el enlace]:
Cuando los políticos hablan con exceso de ética y de moral, hay que sospechar. Cuando se llenan la boca con el vocablo felicidad, ya hay que alarmarse. La Conselleria de Relacions Institucionals i Participació de la Generalitat de Catalunya convocará, a finales de año, un seminario de expertos internacionales para estudiar la felicidad de los catalanes. En la web oficial de este departamento del Govern el asunto aparece bajo un epígrafe tan inofensivo y aburrido como el siguiente: "Mesurament d´indicadors subjectius en estadístiques socials". Un enlace desde la misma página electrónica nos permite acceder a un documento elaborado por una profesora de la Universitat Pompeu Fabra en el que se expresan descubrimientos tan señeros como el siguiente; traduzco del catalán: "El ser humano, desde siempre, desea felicidad. En general, el objetivo de las políticas de bienestar social no es la mejora, por ejemplo, de la situación financiera, sino hacer la vida de las personas más satisfactoria. Por eso, la felicidad es un concepto muy importante". Tal perspicacia académica se completa con una reflexión muy sutil destinada a llamar la atención de Joan Saura y aquellos que han encargado el estudio, por si tuvieran dudas: "El hecho de que la felicidad y la satisfacción estén relacionadas con la situación política hace que sea aún más relevante para los gerentes y los políticos conocer el nivel de felicidad en su población". Pertrechado con estos argumentos de tanto nivel, el conseller Saura está decidido a construir su pequeño ministerio de la felicidad, tal como ya ha construido su ministerio de la memoria histórica, un tinglado para fabricar y divulgar el cromo parcial y sectario de un pasado a la medida de su parroquia y de sus intereses partidistas.
No voy a extenderme en el fraude manifiesto que supone que nuestros recursos públicos se destinen al estudio de algo tan genérico y vago como la felicidad. Esto también es una forma de corrupción política, tan o más cínica que la tradicional del chorizo con cargo, pues fundamenta su legitimidad en ampulosas y esotéricas teorías. Tampoco voy a insistir mucho en las flaquezas y debilidades gubernamentales que, por contraste, señalan iniciativas como la que comentamos. La falta de un auténtico proyecto de país hace que cada socio del segundo tripartito se dedique a resistir en la silla y se monte su pisito para vender las motos más del gusto de sus votantes. Mientras el republicano Puigcercós, por ejemplo, utiliza la Conselleria de Governació para amarrar fidelidades en los municipios, Saura se vale de homenajes al buen miliciano y encuestas sobre la felicidad sostenible para compensar su imagen como jefe de la policía y presunto traidor a la causa del buen rollo.
Lo que más me interesa de este caso de impostura gubernamental es lo que pone en evidencia a largo plazo: el avance de un nuevo populismo de perfiles suaves, casi imperceptible, que llamaremos política dulce y que el presidente Zapatero también practica, en su caso con frases huecas que solemnizan obviedades y que proyectan un paternalismo crudo y nada disimulado. En cambio, el populismo clásico y duro de los alcaldes socialistas metropolitanos es otra cosa, más cercano al chavismo y sus folklores. Por ejemplo, a un mes de las elecciones, el alcalde de Santa Coloma de Gramenet, Bartomeu Muñoz, ha decidido que el Consistorio ayudará a las familias en la compra de los libros escolares, lo cual recuerda mucho esos audífonos prometidos por Montilla en campaña. Lástima que Muñoz prefiera vivir en la zona alta de Barcelona, frente al Turó Parc, tan lejos de la buena gente que él gobierna con tanta generosidad.
Pero Saura y sus doctores siempre van más lejos del estilo rudo de los maquiavelos socialistas del Baix Llobregat. Invertir en el estudio de la felicidad es una bandera perfecta para todo político que haya hecho de la autenticidad su marca. ¿Qué puede ser más auténtico y más importante que la felicidad? Todo lo demás es secundario: el cuarto cinturón, la seguridad ciudadana, la escolarización de los hijos, las necesidades energéticas, las listas de espera en los hospitales, etcétera. No hay que perderse en menudencias sectoriales, apuntemos alto, seamos realistas y pidamos lo imposible, como en aquel añorado Mayo francés. Bajo los adoquines está la playa y también un funcionario de ICV que, montado en bicicleta, nos ofrece la felicidad envuelta en papel reciclado a cambio del voto. La felicidad lo incluye todo y no obliga a nada, es un objetivo perfecto para la política dulce que minimiza las responsabilidades concretas del gobernante a cambio de aceptar, de entrada, que él forma parte del equipo de los buenos.
¿Quién va a estar en contra de potenciar la felicidad? Y para potenciarla hay que estudiarla profusamente, claro. Es algo lógico para quienes se preocupan por los valores posmaterialistas mientras se deciden entre el yogur artesano con manzanas libres de transgénicos y el requesón con muesli ecológico. ¡Ah, la complejidad! Suerte que el mensaje es tranquilizador: la felicidad ya no depende de nosotros, ahora es el buen Gobierno quien vela por la plenitud de cada individuo. Claro que no se trata de la felicidad invocada por los ilustrados de antaño, esa que aparece como búsqueda perenne en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. Se trata de otra felicidad muy distinta, una que pueda comprarse a bajo precio, como esos muebles nórdicos que se venden sin montar. Una que pueda caber en todas las encuestas.
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