OTRO MANDOBLE de El País al gobierno:
La interpretación política de la primera gran crisis del euro y de la UEM como zona monetaria ha dejado declaraciones disparatadas y la certeza de que, por más tiempo que haya pasado desde la implantación de la moneda única europea, todavía sobreviven, si bien en estado letárgico, los partidarios de la peseta y de las devaluaciones nacionales para "recuperar competitividad". La respuesta política del Gobierno a la convulsión de los mercados del 4 de febrero rivaliza en exotismo con la rancia defensa de la moneda nacional y el mercantilismo. Ante un hundimiento del Ibex de casi el 6%, arrastrado por las ventas de valores como Banco Santander, BBVA y Telefónica, entre otros -una demostración evidente de las dificultades de los inversores para creer en la política fiscal del Gobierno español-, al presidente del Gobierno y a su ministro de Fomento sólo se les ocurrió resucitar la vetusta teoría de la conspiración y clamar contra un supuesto ataque coordinado contra el euro orquestado por oscuros intereses contrarios a las iniciativas de reforma que pretenden un control más estricto de los mercados financieros.
No hay tal conjura, ni conspiración de malandrines ni un Dr. Mabuse maquinando en la sombra contra el Gobierno español y las buenas iniciativas reformistas. Alarmas de este estilo parecían erradicadas de los manuales políticos más sofisticados, pero da la impresión de que la crisis financiera produce graves distorsiones en la percepción de la realidad. Los inversores toman sus decisiones en función de las expectativas probables de beneficio. Nada más natural que desprenderse de activos griegos, por motivos obvios, o españoles si resulta que su déficit público ronda el 11% del PIB, las iniciativas para corregirlo se promulgan un día, se desmienten al otro y se contradicen al siguiente con otras de sentido opuesto o si los analistas insisten en la debilidad estructural del sistema fiscal español como un obstáculo para confiar en la devolución de la deuda.
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