El Gobierno ha tirado la toalla en la lucha contra el déficit público. La consigna ahora es el crecimiento económico y estrechar el déficit por esta vía. Supone un cierre en falso que no resuelve algunos de los grandes problemas estructurales que han llevado a España a la situación actual y que alargarán la fase de recuperación y volverán a manifestarse tarde o temprano de manera crónica.
Ha pasado lo que siempre ocurre cuando un proceso de consolidación de las cuentas públicas se asienta mayoritariamente en las subidas de impuestos y no en la reducción del gasto, y es que la viabilidad del mismo termina tambaleándose ante todo el mundo.
Es una huida a la desesperada. El Estado yonqui no logra desengancharse del opio del gasto, una droga costeada por los ingresos creados artificialmente por la burbuja de crédito en la que vivió España en la primera década del siglo. Aunque todos intuimos que esos ingresos nunca volverán, el Estado sigue impertérrito en su volumen de gasto que ya representa el 47% del PIB cuando en 2007, último año de incubación de la crisis, era del 39,2%.
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