sábado, octubre 19, 2013

EL PROBLEMA DE MONDRAGÓN se extiende más allá de Fagor, me temo; refleja simplemente que el modelo cooperativo puede funcionar en economías no abiertas —o al menos no tan abiertas— y hasta una cierta dimensión. Más allá las costuras tiran por todos lados. Fagor no “ha tenido que doblar la rodilla por la crisis” como se está leyendo estos días. Desde luego la situación económica no ha ayudado, pero tampoco le ha ayudado a Bosch, o a Whirlpool, entre otras que ahí siguen. Ni tampoco sirve mucho la explicación de que ha sido por la competencia de los países asiáticos, porque la línea blanca es uno de los sectores en los que posiblemente ésta tenga menor incidencia. Además, la propia Fagor tenía una fábrica en China…

No, lo que ha ocurrido en Fagor es que una empresa que estaba posicionada extraordinariamente bien en los años 70 no ha sabido adaptarse en I+D, en estructura, y en marketing, a un entorno que no tiene nada que ver con el de épocas pasadas. Los problemas de Fagor, simplemente, demuestran los límites de la gestión cooperativa, que no digo que esté abocada sistemáticamente al fracaso pero sí que lo tiene mucho más complicado. Porque por definición, en un modelo cooperativo las decisiones son mucho más lentas y farragosas, cuando ahora han de ser ágiles y espontáneas o te comen para desayunar.

Y a las pruebas me remito. Hay más que Fagor. No hay más que ver lo que ha hecho Eroski con Caprabo: comprar a precio de oro una marca muy bien posicionada, con clientes de cierto poder aquisitivo, para acabar compitiendo en precio con cadenas de bajo nivel (no hablo de Mercadona, hablo por ejemplo de Dia).