POR LO MENOS admite que se ha convertido en una cuestión de fe, aunque seguro que no se da cuenta de lo que ello implica. Y además, enseguida lo estropea:
Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”. Son palabras del polifacético matemático y filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662), y vienen a cuento porque atañen al cambio climático, que ha devenido una cuestión de fe.
Los líderes mundiales, por mucho que sean personas de poca fe, harían bien en enfocar el problema del calentamiento global como Pascal la existencia o no de Dios. Además, lo harían jugando con ventaja, porque si Pascal murió sin saber en qué sentido se había equivocado, los mandatarios actuales tienen ante sus ojos los efectos de un fenómeno que irá a más si no se hace nada.
Lo dice como si la lucha contra el calentamiento global fuera gratis: como si no costase una verdadera millonada, como si no frenase el desarrollo económico, y por tanto como si no condenase a miles de millones de personas en países no desarrollados al atraso permanente. Es muy fácil decir, sentado confortablemente en un mullido sillón en un despacho cómodo, tecleando en un ordenador último modelo después de haber dado cuenta de un opíparo almuerzo, que hemos de frenar el crecimiento. Pero eso díselo a todos los que aún no han alcanzado ese bienestar. Estás diciéndoles que ellos no merecen lo que tú sí tienes.
Y no entro ahora, porque daría para otro post entero, en el factor de que, teniendo en cuenta que esas personas suelen ser de piel distinta a la tuya, eso tiene un aroma my desagradable a algo que si no es racismo se le parece mucho.
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