sábado, enero 15, 2005

ESTUPENDO ARTÍCULO de Xavier Roig en el que razona su intención de votar "no" a la Constitución Europea. No he ahorrado críticas hacia Roig en el pasado cuando en mi opinión se estaba equivocando, y por ello creo de justicia destacar cuando da en la diana como hace hoy en el diario Avui (el original aquí). Por su interés me he tomado la libertad de traducir el artículo íntegramente:
Constitución europea: por un 'no' razonado
Xavier Roig

"Nous ne coalisons pas des États, nous unissons des hommes"
(Jean Monnet)

Ya que ha comenzado la campaña institucional pidiendo, de forma encubierta, el voto afirmativo para la Constitución Europea, querría aprovechar para hacer algunas reflexiones que creo necesarias. No caeré en la trampa en que se han autoinstalado algunos al construir argumentos únicamente alrededor del hecho catalán. Este artículo debería ser tan válido para los catalanes como para los daneses. Es en este sentido en el que intentaré exponer algunas de las razones por las que los europeos deberíamos rechazar el documento que se nos propone.

De entrada, se trata de un documento inoportuno. Una Constitución no se escribe en horas bajas. Y Europa no pasa por su mejor momento. No hay proyectos concretos y estimulantes como lo fueron en su momento el mercado único, la moneda única, Schengen. Los de ahora son grandilocuentes y vagos, llamados al fracaso como, por ejemplo, la Agenda de Lisboa. Los principales líderes europeos están desbravados. Pocos creen realmente en el interés común europeo. Otros son mediocres, o están bajo la sospecha judicial. No estamos en aquel momento que Churchill denominaba “our finest hour”. Ahora no es el momento de redactar un documento que requiere convicción, pequeñas dosis de utopía, y plena confianza en quienes dirigen la operación.

Nos encontramos por tanto ante un documento mal construido que, a base de haber padecido la intervención de gente poco convencida y con demasiados intereses particulares, ha salido desequilibrado y errático. Sólo leyendo el artículo 12º ya se detecta que habla de las cuatro (que, por cierto, la UE ya poseía) competencias exclusivas de la Unión: (1) “la Política Monetaria para aquellos estados que hayan adoptado el euro”, (2) “la Política Comercial”, (3) “la Unión Aduanera” y (4) (agárrense, porque la dispersión bordea la puerilidad) “la conservación de los recursos biológicos marinos dentro de la política de pesca común”. Creo que este batiburrillo conceptual no merece comentario adicional.

La Constitución americana, con todas sus enmiendas incluidas, tiene 6.900 palabras. El documento que se nos propone tiene 70.000. Estamos delante de un tratado. Nos repiten que el nombre importa poco, pero tal afirmación es falsa. En este caso el nombre comporta unos procedimientos de modificación fastidiosos. Desde 1992, la Unión Europea ha tenido tres tratados. Los errores que contenía el de Maastricht fueron corregidos ágilmente por el de Amsterdam, y los de éste por el de Niza. Los tratados pueden tener una vida corta; las Constituciones no. Es previsible que, al ser tramitado este documento como Constitución, los poderes inmovilistas impidan su modificación evolutiva, como está sucediendo con la Constitución española. Muchos aspectos del documento europeo serán pronto obsoletos, y al no ser sencillo cambiar el contenido de forma ágil, podemos encontrarnos con un bloqueo del proyecto europeo. No sorprende que el Financial Times publicase la carta de un euroescéptico pidiendo el voto afirmativo. Decía sin tapujos que esta Constitución era la mejor manera de frenar a Europa.

Por encima de todo, sin embargo, hemos de lamentar que se nos presente esta Constitución como un documento desgraciado. Se nos pide su aprobación como mal menor. Se nos dice que su rechazo sería un drama para la Unión; que dejaría a Europa sin mecanismos de regulación. ¿Por qué? Votar “no” significa enviar un mensaje claro a los políticos europeos: “Vuelvan a intentarlo. Este documento no sirve”. Y esto no debería significar bloqueo alguno. ¿Acaso se nos pidió que opinásemos sobre los tratados precedentes? Esta es una oportunidad de oro para decirles a los políticos europeos actuales que no van por buen camino.

Dicho esto, sin embargo, convendría que el voto negativo triunfase en varios Estados miembros. Ya les he dicho que esta Constitución es inoportuna –de una oportunidad perversa, que parece intencionada-. Si, como muchos esperan, el voto negativo sólo triunfara en el Reino Unido, ello comportaría su “destierro”, la reducción significativa de la influencia británica en Europa –única garantía de una cierta cultura democrática en el continente-. Llámenme malpensado si quieren, pero este proyecto de Constitución (tan afrancesado él) parece ideado precisamente para conseguir esto; diluir la influencia británica dentro del proyecto europeo.

Hay otros aspectos más operativos que también aconsejan el voto negativo: falta de transparencia y democracia en las instituciones, falta de voluntad para resolver los problemas reales (no hay una autoridad única de inmigración, ni de infraestructuras comunes, ni ejército común…), no se ataca el problema del presupuesto (nadie cede impuestos “federales”), no se abordan seriamente los hechos regionales y nacionales no estatales (y esto la UE lo acabará pagando caro)… Pero bien, todo esto podría dar pie a una discusión detallada si el documento, globalmente, valiese la pena. Pero no es así. Después de 70.000 palabras erráticas (con reglamentos burocratizados en un extremo, y declaraciones tan inflamadas como vacuas en el otro), el documento queda por debajo de las circunstancias. En este sentido, hemos de reconocer que la Constitución propuesta representa un calco fiel de la Europa en que vivimos. Por eso votaré no. Porque ni la mezquindad, ni la oportunidad, ni la falta de coraje, se pueden someter a referéndum. Y encima pedir el sí.