¿"LO CUALO"?:
La historia nunca ha pecado de falta de ironía. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, los aviones estadounidenses, mientras allanaban el camino para el desembarco de Normandía, afinaron su puntería para bombardear una vieja mansión en suelo francés. Fue un caso de mala suerte. La casa que destruyeron había sido la residencia campestre de Alexis de Tocqueville, quien la restauró con los dineros que le proporcionaron los derechos de autor de su Democracia en América,sin duda el libro más influyente que jamás se haya escrito sobre Estados Unidos.Xavier Batalla, supuestamente el experto en política internacional y geoestrategia en La Vanguardia que parece ignorar que Tocqueville difícilmente estaba en 1944 como para restaurar nada -aparte quizás de así mismo-, ya que había dejado este valle de lágrimas en 1859. Y no, no sirve la excusa de que se le ha quedado en el tintero/teclado que se refería a algún heredero: en 1944, año en que se produjo el desembarco de Normandía, habían pasado los suficientes años desde que Democracy in America había sido publicada (en dos volúmenes, respectivamente en 1835 y 1840) y por tanto los derechos de autor habrían caducado, la obra habría pasado al dominio público y por lo tanto no habría generado ni un céntimo desde bastante antes del D-Day.
Ni para la caseta del perro.
ACTUALIZACIÓN. Del artículo de Carles Esteban, defensor del lector del diario barcelonés (de momento parece ejercer como tal, a diferencia de su sucesor, Josep Maria Casasús, que más bien parecía fiscal):
En la edición del pasado domingo 4 de septiembre se publicó en la Revista un amplio reportaje de Jordi Rovira con el título “Los límites de la comodidad”. El autor realizaba un análisis muy detallado de cómoíla sociedad de la informalidad empieza a preguntarse dónde acaba la libertad de vestirse y dónde empieza el decoro”. En un fragmento de su trabajo, que ocupaba cuatro páginas de la sección, el autor escribe: “Otra muestra de esta ruptura de moldes fue protagonizada por la multinacional IBM, que a principios de este año anunció que daría libertad a sus empleados para vestir de manera informal. Al día siguiente, Louis Gerstnel, presidente de la empresa, acudía a la oficina con camisa azul, contraviniendo las normas que durante años había impuesto la empresa”.Fijaos qué rápido ha prendido la excusa Dan Rather: "fake, but accurate"...
El lector Xavier Caballé escribe al Defensor puntualizando varios datos de este párrafo. En primer lugar señala que el apellido del directivo de IBM está escrito incorrectamente y que el nombre correcto es Louis V. Gerstner. En segundo lugar precisa que fue presidente de IBM hasta marzo del 2002, cuando abandonó el cargo, y finalmente agrega que “la anécdota que se explica data de 1993, cuando se presentó a la reunión del consejo de administración con una camisa azul, y no de este año”, como parece desprenderse del texto del artículo.
El autor del trabajo reconoce que el lector tiene razón en que “el cambio en la informalidad a la hora de vestir en IBM no se dio en el 2005 y por tanto había una confusión en la fecha, aunque según los datos que he repasado con atención, tampoco tuvo lugar en 1993 como señala el lector sino un poco más tarde, en febrero de 1995. El error en el nombre del directivo se debe, en parte, a que en una noticia publicada en La Vanguardia el 13 de febrero de 1995 ñ que utilicé como base documental, el impronunciable apellido aparecía incorrectamente escrito. También es cierto que Louis V. Gerstner estuvo al frente de la compañía entre 1993 y 2002, año en que se marchó a trabajar para el grupo Carlyle, y que por tanto también se produjo una confusión al situarlo todavía al frente de la compañía. Pese a todo, a mi juicio, todo ello no afectaba al sentido general del artículo. No obstante lamento las inexactitudes y pido disculpas a los lectores”.
El caso es que, aunque un trabajo periodístico en su conjunto refleje adecuadamente la problemática que aborda, si se basa aunque sea parcialmente, en datos incorrectos o inexactos siempre acaba provocando una herida, por pequeña que sea, en la credibilidad del medio entre sus lectores. Como errar es humano, y los periodistas no estamos por encima del bien y del mal, deberemos insistir en repasar y comprobar cuidadosamente la exactitud de los datos aportados en un trabajo destinado a ser leído por muchos miles de lectores.
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