sábado, octubre 08, 2005

CUANDO YA PARECÍA que la tontería no daba más de si, viene Xavier Batalla -el analista de La Vanguardia encargado de descifrar para los lectores del diario los arcanos de la geoestrategia-, aparentemente sorprendido porque los think tanks thinkeen; de premio, nos atiza de nuevo con desacreditados mitos alrededor de las supuestamente ocultas motivaciones que impulsan la política geoestratégica de los EEUU:
Un año antes de los atentados, cuando George W. Bush era candidato a la presidencia, un think tank neoconservador redactó un documento, Rebuilding America´s defenses: strategies, forces and resources for a new century (Reconstrucción de la defensa de Estados Unidos: estrategias, fuerzas y medios para un nuevo siglo) [aviso: archivo pdf -- FA], en el que proponía lo siguiente: "Antes, el objetivo estratégico de Estados Unidos era la contención de la Unión Soviética; hoy, el objetivo es preservar una seguridad internacional que se corresponda con los intereses e ideales estadounidenses (...) El objetivo es asegurar y expandir las zonas democráticas; evitar la aparición de un nuevo poder competidor, y preservar un favorable equilibrio de poder en Europa, Oriente Medio y en la región productora de petróleo circundante". El documento fue obra de The Project for the New American Century (Proyecto para el nuevo siglo estadounidense, PNAC), entre cuyos fundadores están Dick Cheney, vicepresidente de Estados Unidos; Donald Rumsfeld, secretario de Defensa; Paul Wolfowitz, ex subsecretario de Defensa y hoy presidente del Banco Mundial, y Zalmay Khalilzad, embajador en el Afganistán sin talibanes y en el Iraq sin Saddam Hussein.

Este documento se inspiró en otro informe, escrito por Wolfowitz y Khalilzad en 1992, en el que se afirma que Estados Unidos "debe desanimar a las naciones avanzadas de cualquier intento de desafiar nuestro liderazgo o de aspirar a un liderazgo regional". Este informe fue archivado por Bush padre en un cajón, aunque el acceso a la presidencia de Bush hijo lo resucitó. Khalilzad trabajó para la petrolera Unocal, como el presidente afgano Hamid Karzai, y en la década de 1990 negoció sin éxito con el régimen talibán la construcción de un gasoducto desde Turkmenistán hasta Pakistán, pasando por Afganistán. La relación de Khalilzad y Karzai con Unocal ha sido documentada por The New York Times,no por Michael Moore.
Sí, y fue debidamente desmentida, entre otros muchos, por Michael Isikoff y Mark Hosenball en la revista Newsweek, a quienes elijo porque son dos periodistas extraodinariamente críticos con Bush. Vamos, que antes de que ellos defiendan a Bush yo declararía que la sección de Internacional de La Vanguardia es objetiva.

Cierto, Batalla tiene razón en que UNOCAL y los talibanes mantuvieron conversaciones gracias a la intermediación de Khalilzad y de Karzai; conversaciones que se rompieron en tras los atentados en las embajadas de Kenia y Tanzania atribuidos a al-Qaeda; Unocal se apartó oficialmente del proyecto en 1998.

Pero lo más interesante, porque va en contra del mito instalado en el imaginario colectivo, es que el gasoducto de Unocal en Afganistán era un proyecto estrella y recibía todo tipo de apoyos por parte de la administración Clinton. Volvamos a Isikoff y Hosenball:
Unocal’s interest in building the Afghan pipeline is well documented. Indeed, according to “Ghost Wars: The Secret History of the CIA, Afghanistan, and Bin Laden, from the Soviet Invasion to Sept. 10., 2001,” the critically acclaimed book by Washington Post managing editor Steve Coll, Unocal executives met repeatedly with Clinton administration officials throughout the late 1990s in an effort to promote the project—in part by getting the U.S. government to take a more conciliatory approach to the Taliban. “It was an easy time for an American oil executive to find an audience in the Clinton White House,” Coll writes on page 307 of his book. “At the White House, [Unocal lobbyist Marty Miller] met regularly with Sheila Heslin, the director of energy issues at the National Security Council, whose suite next to the West Wing coursed with visitors from American oil firms. Miller found Heslin…very supportive of Unocal’s agenda in Afghanistan.”

Coll never suggests that the Clintonites’ interest in the Unocal project was because of the corrupting influence of big oil. Clinton National Security Council advisor “Berger, Heslin and their White House colleagues saw themselves engaged in a hardheaded synthesis of American commercial interests and national security goals,” he writes. “They wanted to use the profit-making motives of American oil companies to thwart one of the country’s most determined enemies, Iran, and to contain the longer-term ambitions of a restless Russia.” Whatever the motive, the Unocal pipeline project was entirely a Clinton-era proposal: By 1998, as the Taliban hardened its positions, the U.S. oil company pulled out of the deal. By the time George W. Bush took office, it was a dead issue—and no longer the subject of any lobbying in Washington.
El contrato para el gasoducto finalmente se firmó tras la guerra, en 2002, pero sin que Unocal estuviese entre las empresas implicadas.

(nota: los enlaces en el texto de Batalla han sido añadidos por mi, para que se vea que esos maquiavélicos contubernios supuestamente secretos están ahí, a plena luz, para que cualquiera los pueda leer)