jueves, marzo 29, 2007

JORGE EDWARDS:
A mí me parece que nuestra tendencia a la censura, en toda América Latina, quizá en todo el mundo hispánico, de diferentes modos, con diferentes pretextos, desde ángulos demagógicos, tramposos, es casi irresistible. Asisto a la reunión de la SIP, la Sociedad Interamericana de Prensa, en Cartagena de Indias, en Colombia, y me encuentro en las antesalas con jóvenes que llevan mordazas y vendas negras en los ojos, aludiendo a la prohibición de hablar y escribir e incluso a la prohibición de ver. Es una protesta contra el cierre anunciado, inminente, de una estación de radio y televisión de Venezuela. Cuando se discute el tema en una de las sesiones de mañana la tensión es enorme. Una de las periodistas afectadas no puede retener su llanto frente al público. Ese llanto, esa angustia, son la más palmaria demostración de la arbitrariedad de los poderes que ha comenzado a concentrar en sus manos el presidente Hugo Chávez. Después dirá que nosotros afirmamos lo que afirmamos porque somos de ultraderecha, reaccionarios, fascistas, lo que ustedes quieran, o lo que el señor Chávez quiera. Pero estos argumentos, en nuestro mundo actual, e incluso en nuestra periferia emergente, ya no convencen a nadie. Pasó hace rato la época en que había que callar cosas "para no darle argumentos al enemigo". El mejor argumento que podemos regalar a nuestros adversarios es, precisamente, el de recurrir a la censura. Si censuramos es porque admitimos una debilidad nuestra muy grave. Es porque no tenemos razones verdaderamente sólidas de nuestro lado y preferimos cortar el debate de raíz. Claro está, el señor Chávez nos acusará de liberales y hasta de socialdemócratas, mientras él propone su socialismo bolivariano. ¿En qué consistirá esta nueva clase de socialismo? ¿O será una palabra nueva para designar el antiguo socialismo real, el que se desmoronó en todas partes, salvo en una pequeña isla tiranizada? En esa isla, avanzar críticas y objeciones tan moderadas como las que expongo en estas líneas puede llevar a una condena de veinte o más años de cárcel. Pero aquí hablamos de anacronismos, de rezagos, de pequeños espacios que quedaron al margen de la historia contemporánea y que nunca serán absueltos por la historia.
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