ME LLAMA la atención algo que se viene oyendo bastante estos días a propósito del asunto Lukoil / Repsol. Por ejemplo, escribe hoy Arcadi Espada:
A riesgo de ir contracorriente (odio la expresión "no ser políticamente correcto", por gastada) hay que decir que no. No es lo mismo una empresa rusa, que en el fondo es un tentáculo del Kremlin infestado hasta el tuétano de los más oscuros personajes que se destetaron en el KGB, que una empresa francesa o italiana, incluso aunque fueran tentáculos del Elíseo o del Quirinal. Es en Rusia donde la democracia sólo tiene de tal poco más que el nombre, con el ridículo baile de salón entre Putin y Medvedev y el cargo de presidente y primer ministro.
Es el Kremlin, y su esfera de influencia, y no el Elíseo o el Quirinal, quien tiene la pintoresca manía de liquidar a tiros a periodistas molestos (¿ya nadie se acuerda de Anna Politskaya? Pues no es la única: hay otros que son invitados a saltar por la ventana). Casi da apuro tener que recordárselo precisamente a un periodista atento a lo que ocurre en su profesión.
Es el Kremlin, y no el Elíseo o el Quirinal, quien se dedica a dar polonio para merendar. Y plomo para postre a quienes investigan el caso.
Es el Kremlin, y no el Elíseo o el Quirinal, quien se dedica a invadir países -por cuestiones energéticas, nada menos-, poco después de que su primer ministro muriera en extrañas circunstancias, o cuyos aliados se dedican a envenenar a sus líderes.
A ver si metemos la memez de que la clase política rusa es exactamente igual que la de cualquier otro país donde merece: en un cajón bajo cuatro llaves. Y la dejamos allí.
Clama al cielo el racismo (ah, la estigmatización del eslavo, ojos y muerte de hielo) que acompaña al debate sobre la entrada de Lukoil en Repsol. Rusia es hoy para los españoles y para buena parte de Europa una mera zahúrda de mafiosos, putas y borrachos.Otros, más comedidos, afirman que el problema no es que Lukoil sea rusa y que dirían lo mismo respecto a una empresa francesa, italiana, o similar, que intentase comprar en un sector español tan estratégico como es la energía.
A riesgo de ir contracorriente (odio la expresión "no ser políticamente correcto", por gastada) hay que decir que no. No es lo mismo una empresa rusa, que en el fondo es un tentáculo del Kremlin infestado hasta el tuétano de los más oscuros personajes que se destetaron en el KGB, que una empresa francesa o italiana, incluso aunque fueran tentáculos del Elíseo o del Quirinal. Es en Rusia donde la democracia sólo tiene de tal poco más que el nombre, con el ridículo baile de salón entre Putin y Medvedev y el cargo de presidente y primer ministro.
Es el Kremlin, y su esfera de influencia, y no el Elíseo o el Quirinal, quien tiene la pintoresca manía de liquidar a tiros a periodistas molestos (¿ya nadie se acuerda de Anna Politskaya? Pues no es la única: hay otros que son invitados a saltar por la ventana). Casi da apuro tener que recordárselo precisamente a un periodista atento a lo que ocurre en su profesión.
Es el Kremlin, y no el Elíseo o el Quirinal, quien se dedica a dar polonio para merendar. Y plomo para postre a quienes investigan el caso.
Es el Kremlin, y no el Elíseo o el Quirinal, quien se dedica a invadir países -por cuestiones energéticas, nada menos-, poco después de que su primer ministro muriera en extrañas circunstancias, o cuyos aliados se dedican a envenenar a sus líderes.
A ver si metemos la memez de que la clase política rusa es exactamente igual que la de cualquier otro país donde merece: en un cajón bajo cuatro llaves. Y la dejamos allí.
ACTUALIZACIÓN. Por si fuera poco:
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