martes, enero 20, 2009

PUES SÍ que empiezan pronto a quemar fotos de Obama en Oriente Medio...

El discurso de Obama merecerá, por supuesto, todo tipo de elogios. A mi me ha parecido un poco presuntuoso, y aquejado de un cierto adanismo: ahora hay que empezar a valorar la cultura del esfuerzo, del trabajo duro, como si hasta ahora la gente se hubiese estado rascando los... esto... la tripa. Como si él fuera el primer presidente verdaderamente democrático del país (en esto recuerda a Zapatero; en lo demás ya le gustaría a éste... y ya nos gustaría a nosotros). Por otro lado, la ceremonia impecable, como decía en el post anterior.

Hay un detalle que posiblemente pase desapercibido pero que he encontrado ilustrativo: al finalizar su discurso, Obama se ha fundido en un abrazo con Bush. Al separarse, Bush parecía una persona diferente a la que era sólo unos minutos antes. Su mirada ya no era la del hombre más poderoso de la tierra. Ha inclinado su cabeza hacia el nuevo presidente en señal de respeto, lo que para muchos será una sorpresa viniendo del cowboy arrogante. No lo es: eso demuestra que, equivocado o no en sus decisiones, Bush veía el cargo como algo que le trascendía. Si queréis, en plan cursi, como algo cuyo objetivo era servir al país por encima de todo (lo que explica en buena parte por qué ha tomado una serie de decisiones, digamos, impopulares). Por contra, la actitud de Obama parecía la de alguien a quien por fin se le estaba entregando algo que legítimamente le correspondía desde niño. Una gran diferencia.

No, Obama en sí mismo no me cae mal, y merece el beneficio de la duda. Lo que me atraganta es esa adoración inconmensurable de las masas que, si no fuera en Estados Unidos con su estricto equilibrio de poderes, daría un poco de miedo. Lo malo de Obama es quienes lo sacralizan, incluidos los medios de comunicación. Estaría bien que recuperaran ese sano escepticismo ante el poder, ni que fuera un poquito.