domingo, enero 24, 2010

PÉREZ-REVERTE:
Como se veía venir -consideren lo de se veía como bordería facilona-, la moda de los restaurantes donde se come a oscuras ha sido saludada con alborozo en España. Faltaría más. En la vanguardia de Occidente. Y háganse cargo del flash: completamente a oscuras, camareros ciegos que te llevan de la mano y sirven platos que no puedes ver, todo a base de tacto, gusto, oído y olfato. Con mucho contacto físico, se añade como incentivo. Hasta para hacer pipí te lleva de la mano un ciego o ciega –no me pillarás esta vez, Bibiana–. Y oigan. De clientes no sé cómo andan esos locales; igual hay bofetadas para meterse dentro. No me extrañaría en absoluto. Los elogios mediáticos son, desde luego, rutilantes. En las páginas de Cultura, por supuesto. Dónde, si no. A fin de cuentas, comer donde Ferrán Adriá equivale a leer tres páginas del Quijote, por lo menos. O cuatro. Dicen. Como los desfiles de moda y el mus. Y las tres en raya. Todo a Cultura. Con foto del restaurante entre el museo Thyssen y la última novela de Saramago. Y lo de zampar a oscuras, además, encima de venir avalado por franquicia con precedentes en París, Londres y Moscú –Dans le Noir, capten el astuto juego de palabras–, tiene ese puntito a medio camino entre museo de Diseño de Zúrich y corrección política que lleva a algunos al límite del orgasmo múltiple. Ahí va una de las reseñas, cuyo recorte atesoro: «La necesidad de experimentar nuevas emociones y el afán de descubrimiento no están reñidos con la conciencia social y la sensibilidad hacia las discapacidades». Con dos cojones.
Je. A continuación propone un par de ideas igual de gilipollas. Sus palabras, no las mías. Leedlo entero.