jueves, octubre 06, 2011

LO MALO no es que lo haya hecho (porque la decisión no es mala en sí), sino que lo haya hecho como si no tuviese una historia detrás de la que, por supuesto, no ha renegado. Simplemente ha hecho como si su pasado no existiese:
Sorpresa. Zapatero ha tomado una decisión que no procede de una imposición de Merkel o de Trichet. Por eso, ante la ausencia de los sospechosos habituales, nos quedamos sin saber qué es lo que le ha llevado a pactar con EEUU la participación española en el escudo antimisiles y el aumento de la presencia militar norteamericana en nuestro país. Más que nada porque supone un giro completo en el fondo y en la forma de sus palabras en la oposición, como demuestra lo que dijo en el debate del estado de la nación de 2001:
    La política de defensa y de seguridad tiene que ser una política de Estado y de consenso. Hubiera sido muy deseable que, antes de hacer el pronunciamiento que hizo con el presidente de los Estados Unidos, dando su apoyo al escudo antimisiles, hubiera venido a esta Cámara a explicar por qué y a debatirlo. Así es como se hace una política de defensa cohesionada. Todavía está a tiempo de hacerlo. Nosotros no lo compartimos, sinceramente, porque creo que es una idea vieja, que es la repetición de la propuesta del señor Reagan de la guerra de las galaxias y que no camina en la dirección adecuada para una política de seguridad en el mundo.
Es aún peor. En la época en que Aznar mostró su apoyo a la iniciativa, ésta continuaba atrapada en un largo periodo de investigación y pruebas que incluía tanto éxitos alentadores como fracasos sonados. Por más que se utilice la imagen del paraguas para describirla, el escudo antimisiles se basa en algo tan endiablamente complicado como la idea de que una bala puede parar otra bala.
Lo que ha anunciado Zapatero va más allá de una declaración de principios. Entraña una colaboración directa que se mide ya en barcos y unidades militares.
Resulta inaudito que el acuerdo se haya negociado en secreto como si España fuera una dictadura del Tercer Mundo que no puede permitir que se sepa que el Gobierno está en tratos con Washington.
La cita del debate sobre el Estado de la Nación es de traca.

Yo no tengo nada en contra de que la gente cambie de opinión, y se hace difícil criticar que alguien tome una decisión con la que uno está de acuerdo sólo porque antes el tipo dijese lo contrario. Más bien al contrario, es para alegrarse. Lo que ocurre es que hay maneras y maneras de cambiar de opinión. La correcta y honorable es reconocer públicamente que se ha cambiado de opinión y explicar sin aspavientos cuáles son las circunstancias que han provocado un cambio en la situación que le han llevado a cambiar de idea. Y aquí paz y después gloria. Lo que no se puede hacer es simplemente tirar la vieja idea y usar la nueva como si aquélla jamás hubiese existido.