NO ESTOY MUY DE ACUERDO con la caracterización de los últimos escándalos de la Casa Blanca como cuestiones sin demasiada importancia, como hace Roger Senserrich. Lo de Benghazi es más serio no por el hecho en sí sino por el patrón continuado de ocultación (recordad lo que se decía del Watergate: no es lo que se hizo, era la mentira). Lo de Hacienda lanzándose sobre grupos conservadores es algo inaudito desde Nixon (y no olvidéis: NIxon era malo), y es casi enternecedor que Roger lo defienda con el informe autoexculpatorio de la propia organización. No sé, está siendo más benévolo que el propio Obama que --sincero o no, ese ya es otro tema-- se ha mostrado bastante enfadado. Y lo del espionaje a los periodistas de la AP es de aurora boreal; vale, no se pincharon las conversaciones en sí sino que se pidieron los registros de comunicaciones. Pero es que la administración Bush hizo exactamente lo mismo (se decía que eran escuchas pero sólo se trataba como ahora de listados de llamadas que se analizaban con un sistema informático para detectar patrones de comunicación sospechosos) y todo el mundo estaba diciendo que eso era propio del III Reich, demostraba que Bush era como Hitler, bla bla bla. O algo parecido. No se puede conceder a Obama ahora el beneficio de decir como si tal cosa que es legal porque el gobierno puede hacerlo cuando haya vidas de estadounidenses en juego, porque la filtración en cuestión (sobre actividades de la CIA en Yemen) no parece poner en peligro inminente la seguridad de los ciudadanos del país. Si estiramos el concepto acabaremos entendiendo que el gobierno controle las comunicaciones de los fabricantes de alimentos, o de automóviles, porque sus actividades sí están relacionadas con las vidas de las personas...
Dicho esto, Roger acierta de pleno con el final:
Resumiendo: ¿os imagináis escándalos de corrupción así en España? Debate sobre una nota de prensa de Rajoy tras un atentado de ETA, preguntas sobre si es apropiado que Sanidad pida dinero a hospitales privados para dar un servicio, una discusión sobre secretos oficiales revelados a periodistas y otra sobre hacienda siendo demasiado entusiasta. La administración federal americana es, en líneas generales (nota: excluir el Congreso) eficaz y honesta, y los escándalos son, con excepciones, más bien poca cosa (el Watergate en España no haría dimitir a nadie). El ruido mediático, sin embargo, es sencillamente espectacular, con la prensa lanzándose como posesos ante la más mínima sospecha de desfalco o deshonestidad. Y la verdad, hacen bien.
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