miércoles, julio 03, 2013

ESTO TIENE SU PUNTO:

De hecho, con crisis o sin ella, nuestros tiempos son, comparados con el último siglo y medio, muy poco innovadores en cuestiones tecnológicas. A pesar del placer que nos produce pensar que estamos siendo protagonistas de un cambio de paradigma novedoso y brutal, lo cierto es que quienes experimentaron innovaciones realmente trascendentes, que cambiaron de veras la existencia, fueron nuestros bisabuelos, nuestros abuelos o nuestros padres, entre el último tercio del siglo XIX y los dos primeros del XX. Como señala el economista Tyler Cowen en The Great Stagnation, fue en el transcurso de sus vidas cuando se inventaron cosas que dispararon el bienestar y la productividad: la electricidad y el agua corriente (y caliente) en las casas, la penicilina, el teléfono, la radio, los vuelos comerciales, el televisor, la nevera, el lavaplatos o ese inmenso impulsor de la liberación femenina que fue la lavadora. Comparado con todo eso, chatear con un amigo o ver las últimas noticias desde el autobús debería parecernos apenas una curiosidad interesante (excepto, por supuesto, para los sectores y empresas que está barriendo). Primero, como decía, porque es una mejora solo marginal.

Pero luego lo acaba estropeando cuando se mete en terrenos neo-ludditas.