jueves, noviembre 04, 2004

NUESTRA ORIANAFALLACI, Pilar Rahola, vuelve a la carga (original en catalán; la traducción es mía y está hecha de corrido casi sin revisar). ¡Oh, América!:
En el momento de empezar a escribir este artículo, Bush está a punto de ganar, tras meterse Florida en el bolsillo y rozar la victoria en Ohio, dos de los Estados claves para la reelección. Pero podría girarse la tortilla, si se tiene en cuenta que Kerry ha conseguido mantenerse muy cerca y que algún Estado como Nuevo México podría ser fundamental. La incertidumbre del resultado no me impide, aun así, hacer esta reflexión que va más allá del hecho trascendente pero puntual de quién logra la victoria. Y no lo digo porque piense que es lo mismo uno u otro, especialmente en política interior, sino porque el análisis que quiero hacer es anterior y a la vez posterior a la contienda electoral. Cuando se nos haya pasado la fiebre, casi epidémica en algunos países europeos, del inusitado interés por las elecciones americanas, habremos de hacer algún tipo de introspección sobre nuestra relación amorosa con el colega yanqui. No es la primera vez que denuncio el patológico sentimiento antiamericano que define muchas de las opiniones recurrentes de nuestra sociedad, y el martes mismo tenía una peculiar demostración en la encuesta que el programa de Josep Cuní, en TV3, hacía sobre la cuestión. Preguntaba el periodista: "¿Considera que Estados Unidos es un modelo de democracia?" y el resultado del no era tan apabullante que el sí resultaba meramente anecdótico. Es decir, en nuestro país, donde la libertad de expresión está en función de los amigos que tengamos en los consejos de administración de los medios; donde la industria cinematográfica nunca ha metido el dedo en la llaga de nuestras miserias históricas; donde la prosmicuidad entre política y periodismo roza las relaciones humanas ilícitas; donde las comisiones parlamentarias son una broma para que jueguen los niños diputados; donde las investigaciones independientes de hechos colectivos ni son investigaciones ni han pretendido nunca ser independientes; donde la sociedad civil está instalada en la comodidad de los paraguas partidistas; donde tenemos un sistema judicial que todavía responde a criterios de tercer Mundo; y donde nadie osa llevar hasta las últimas consecuencias un pulso con el poder, en este país fantástico que es el nuestro nos permitimos considerar que la democracia norteamericana es defectuosa. ¿Como era aquello de la paja en el ojo ajeno? Pues nosotros tenemos una viga y encima con aluminosis...

A estas alturas del artículo ya debe haber algún lector que niegue la condición antiamericana de nuestra sociedad. "Somos anti-Bush", me dirá. Pero este es sólo es un camuflaje de última hora, tal vez porque resulta un vestido más cómodo y más políticamente correcto. Como decía alguien, cuando los europeos decidimos que no quedaba bien ser antiamericanos, nos hicimos todos del Partido Demócrata. Y ahora que parece que gana Bush, realimentamos las pilas para una temporada. Pero el hecho es que el discurso antiamericano es muy anterior a Bush y ni empieza con él ni hay ningún indicio de que vaya a acabar. Me atrevo a decir, además, que es ajeno a la misma política norteamericana, y que se basa fundamentalmente en lugares comunes, en un lamentable reduccionismo de la realidad yanqui y en una sobrevaloración de la realidad europea, mezclado con un hipercriticismo hacia ellos y una absoluta carencia de sentido autocrítico. Europa es, en muchos aspectos, una vergüenza en sí misma, y su culpa en la mayoría de conflictos del mundo es tan profunda y, a la vez, tan callada, que pasamos por ser las hermanitas de la caridad. Hemos inventado el colonialismo, el estalinismo, el nazismo, hemos vivido a caballo de dos guerras mundiales y nuestros países han pasado por períodos largos de dictaduras. Mientras tanto, Estados Unidos nos ha salvado de unas cuantas miserias, ha hecho una agresiva política internacional consecuencia de nuestra agresiva política internacional en todos los flancos (¿o acaso Rusia y Francia, por poner dos ejemplos notorios, no son Europa? ¿O es que las guerras de Angola o de Costa de Marfil o de Afganistán no son un problema europeo?), y nunca ha vivido una dictadura. Ha apoyado a algunas dictaduras, pero Europa también. Es más, Europa ha creado unos cuantos Pinochets, desde los monstruos de Stalin o Hitler hasta algunos de los sanguinarios dictadores que viven felices en las Áfricas olvidadas. Pero el mundo sólo recuerda a Pinochet... Europa nunca tiene culpa y, así, la culpa norteamericana se agranda, se expansiona y alimenta nuestros bajos instintos. Doble complejo europeo, diría si me atreviera a hacer psicología de masas. Por un lado, tenemos un enorme complejo de superioridad. Somos los inventores del arte italiano, de la literatura hispana, de los castillos alemanes, de los quesos franceses, comemos mejor, hablamos mejor, vestimos mejor e incluso seguro que visitamos mejor Can Felip [NOTA: debo estar espeso, pero no sé a qué se refiere con esto último -- F.A.]... Vemos a los americanos como una pandilla de analfabetos, ingenuos, ignorantes y vulgares. El pequeño detalle de que suministren al mundo todos los avances científicos y médicos de los que disfrutamos, eso lo pasamos por alto, convencidos de que sólo se trata de un país de Marlboro, ketchup y McDonald's. Incluso cuando nos alimentamos de las ideas avanzadas que surgen del país del mal, las digerimos, las asumimos y las desposeemos de todo carácter norteamericano. Complejo de superioridad. A la vez, sin embargo, padecemos un enorme complejo de inferioridad, incapaz Europa de liderar la modernidad en ninguna materia que resulte clave, desde la científica hasta la política, desde la económica hasta la artística. Escribí hace tiempo que Europa había muerto en Auschwitz, y que la Europa actual era el cadáver de aquella miseria colectiva, el naufragio de los restos. Un naufragio que necesita a Estados Unidos para latir y tener oxígeno, y siempre llama a la puerta del hermano pródigo, lo usa, abusa de él y después lo tira a la basura. Tenemos una relación hipócrita, desleal y patológica con Estados Unidos y, del mismo modo que hemos decidido no tener memoria de nuestras monstruosidades, también hemos decidido proyectar nuestra capacidad crítica sólo respeto a los demás. Europa es un continente de pensamiento crítico... sólo respecto a los Estados Unidos. Y tan desleal que incluso miró los muertos del 11-S con el desprecio de quien considera culpable a la víctima. ¿O no es cierto?

Gana Bush, dicen. Algunos se deben haber rehecho, tras haberse desgañitado deseando que ganara Kerry. Deben estar encantados, porque se sienten legitimados para continuar la cruzada antiamericana en las radios de todo el mundo. Ser europeo hoy significa ser un ciudadano hinchado, convencido de su superioridad continental, incapaz de mirarse al espejo de sus propias miserias, pero juez implacable de las miserias americanas. Somos una pandilla de indolentes airados y vanidosos. Los yanquis tienen miserias y se las ven. Nosotros tenemos miserias y las convertimos en grandezas.