HAY quien piensa que esto es malo, un rasgo negativo del carácter de esos marditoh yanquih; que mejor que sea el estado benefactor el que vele por nosotros desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que nos mecemos entre sábanas por la noche. Pues oiga, que no:
Los estadounidenses no son un pueblo propenso a la queja ni inclinado a esperar que el Estado les solucione la vida. Herederos de unos pioneros que sufrieron muchas penalidades, de millones de inmigrantes que llegaron con lo puesto, curtidos por una naturaleza furiosa, suelen encajar con resignación activa situaciones como las creadas por el huracán Katrina y los frecuentes desastres causados por inundaciones, fríos extremos, tornados, sequías e incendios forestales. El carácter norteamericano es pragmático y solidario, además de llevar el optimismo en los genes. Exige a las autoridades que contribuyan a aliviar los males, pero sabe bien que, a la postre, es el esfuerzo de uno mismo y de la comunidad en la que vive lo que marcará la diferencia. Por eso el voluntariado a todos los niveles es una institución nacional, como lo son las colectas. A un observador foráneo le sorprende la rapidez y efectividad con que se ponen manos a la obra.
En la cultura norteamericana no asusta tanto como en Europa la idea de empezar de nuevo, de reinventarse, de mudarse a miles de kilómetros para cambiar de empleo y superar así una crisis. Con este talante, con la persistente idea de "saldremos de ésta", resulta más fácil afrontar la siempre dolorosa pérdida de un hogar o la destrucción de un comercio.
La resignación activa se expresa de múltiples maneras ante la adversidad o ante simples incomodidades inesperadas. En los a veces caóticos aeropuertos estadounidenses, los pasajeros aceptan con estoicismo y paciencia los retrasos y cancelaciones. Son conscientes de que el denso tráfico aéreo y el clima juegan malas pasadas. En vez de montar broncas estériles, prefieren buscar alguna alternativa lo más rápida posible para conseguir llegar a su destino.
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