martes, agosto 02, 2005

¿POR QUÉ ya sólo leo de La Vanguardia la información local, la cartelera de cine y prácticamente nada más? Pues porque en el resto de secciones uno puede toparse con artículos que le pueden atragantar el desayuno. Como este de Carmen Montón sobre las implicaciones del asesinato del cineasta holandés Theo Van Gogh a manos de un fanatizado islamista. Theo Van Gogh se lo merecía, da a entender esta sofisticada observadora de la realidad. Resalto en negrita lo más deleznable, aunque cuesta quedarse sólo con un par de frases:
El motivo primero del asesinato fue el documental Submission I, que Theo van Gogh realizó con el guión de la parlamentaria liberal Ayaan Hirsi Ali, de origen somalí. El tema: los malos tratos que sufren las mujeres en la sociedad islámica por parte de sus maridos. En el filme aparecen desnudos femeninos y se muestran textos del Corán alusivos a la mujer sobre los cuerpos de las actrices. El asesino dejó clavada en el vientre de la víctima una carta anunciando que la próxima en morir sería Hirsi Ali. Por lo cual tuvo que vivir tres meses escondida y volver a hacer una vida semiclandestina. En su reaparición, anunció que rodaría un Submission 2. De eso ya no habla y también ha matizado su discurso sobre la necesidad urgente de un análisis crítico del islam. Además de que no habrá continuación, el primer documental no se proyecta. En el último Festival Internacional de Cine de Rotterdam se iba a poder ver. Pero el productor Gijs van de Westelaken retiró el permiso por motivos de seguridad. La misma negativa siguió meses más tarde para que se exhibiera fuera de Holanda.

Van Gogh había traspasado los límites más extremos de la provocación que se conocen en países civilizados. Su blanco habían sido, entre otros, los judíos, y últimamente los musulmanes. Los corresponsales nos las veíamos para traducir sus bestiales insultos y, una vez logrado, para escribirlos en los medios. Con su muerte, marcó el límite de lo que no se debe decir y ese es el mensaje que ha llegado. Una autorregulación es impulsada hoy por el Gobierno. El primer ministro, Jan Peter Balkenende, promueve resucitar normas y valores simples, como el ser respetuosos, saludar dando la mano y mirando a los ojos...

Van Gogh no es un héroe. "A los dos días del asesinato, el poeta Remco Campert afirmaba que no merecía ser proclamado mártir de la palabra libre porque la había usado mal", recuerda Willem Jan Otten, escritor y dramaturgo convertido al catolicismo, que acaba de recibir el mayor premio literario del país con su última novela. "Van Gogh era un neurótico, poseía una anarquía verbal y una falta de respeto provocadores... lo que no justifica su muerte". Otten echa de menos en el debate actual "la voz de musulmanes intelectuales moderados que eligieron vivir en Holanda. No tienen portavoz. Se habla de ellos, pero a ellos no se les oye. Sólo hablan los musulmanes que han abandonado la fe o los más radicales".
Siento tener que decirlo así, pero este texto no puede ser calificado más que como una verdadera basura. Lástima de ese antiguamente respetable periódico que, siempre orientado según de dónde sople el viento, jamás había estado tan cerca de las posaderas del régimen franquista -y ya es decir- como lo está ahora de cualquier cosa que huela a crítica al sistema democrático occidental.

Es como si pretendieran que al final el papel no sirva ni siquiera para saber qué película ir a ver al cine, sino sólo para envolver el pescado o recoger los "regalitos" del perro en la acera, lo que a este paso van a conseguir antes de lo que se imaginan. A ver si el nuevo defensor del lector es algo menos intratable que el anterior y corrige algo la deriva.

Buf, ya está; ya estoy más tranquilo.