sábado, octubre 01, 2005

VÍCTIMAS de una encerrona:
Los inmigrantes se sienten utilizados y víctimas de una encerrona cuyo fin último desconocen. Aseguran que la policía marroquí les empujó hacia la frontera española y, una vez allí, les dispararon. Varios jefes de comunidad aseguran que ellos desaconsejaron el salto de la valla del pasado miércoles debido a lo que había ocurrido días antes en Melilla, pero que aparecieron en sus campamentos subsaharianos a quienes no conocían de nada alentando el intento con el argumento de que era su última oportunidad antes de que la valla subiera hasta los seis metros. Después, cuando se aproximaban a la frontera con las escaleras, los policías marroquíes les animaban a seguir. Finalmente, llegó la masacre ya conocida. No faltan voces que aseguran que todo ha sido urdido por Marruecos para presionar a España y obtener dinero en la cumbre que hasta ayer se celebró en Sevilla.
Si sólo fuera para eso...

ACTUALIZACIÓN. No os perdáis a Mikel Azurmendi:
MELILLA es un rabo que espanta las moscas de su vaca sin que ésta, abúlica, haga nada por ordenarle al rabo su tarea. Lo escribí hace más de tres años tras dos estancias de quince días investigando en el preocupante hedor multiculturalista de los hábitos de sus gentes e instituciones (Todos somos nosotros, Taurus, 2002). Lo que no escribí fue que, mientras el rabo se activa por cuenta propia, la vaca sólo se ocupa de sonar su maravilloso tolón tolón de la amistad hispano-marroquí mientras muge feliz en el prado verde de la alianza de civilizaciones. La diferencia entre ambas metáforas de la vertiginosa pero unilateral transición del activo rabo de la vaca con moscas a la despreocupada vaca del mugido feliz no estriba únicamente en el cambio de Gobierno, sino, además, en la naturaleza misma del multiculturalismo. Porque multiculturalismo es entrega de nuestros valores en el mercado del todo vale igual, un mercado donde se concede todo sin exigir no un justiprecio, sino tan siquiera un mínimo pago. Multiculturalismo es regalar como si no costase lo que se ofrece, aunque nos haya costado mucho sacrificio conseguirlo; es aceptar que el otro venga a tu casa y se instale donde le plazca y continúe como si estuviese en su casa y, además, tú no le cobres la renta. Esa renta de todos, la misma para todos, la renta de cumplir la ley y ser medidos por la misma vara de medir. Pero vayamos a Melilla.
Y sigue a partir de ahí.