PUES ESTA VEZ no estoy en absoluto de acuerdo con Francesc-Marc Àlvaro:
El lunes siguiente al viernes 17 de marzo, fecha prevista para el frustrado macrobotellón de Barcelona, en algunas emisoras de radio abundaron las llamadas de padres irritados e indignados por lo que consideraban malas actuaciones de los Mossos d´Esquadra sobre sus hijos. Si uno oía a estos progenitores lamentar por antena la acción policial, pensaba que vivimos en un país terrible donde los encargados de mantener el orden público son un desastre que reprimen y detienen sólo "a los que pasaban por allí y no habían hecho nada". Ese lunes se emitió con gran alegría todo tipo de acusaciones de arbitrariedad y dureza extrema contra la policía autonómica. Para todos los padres que llamaban era un misterio la relación de sus hijos con los disturbios en el Raval.Puedo entender en términos puramente argumentativos que la policía no es una ONG y en ocasiones tiene que actuar usando la violencia, pero lo que cabe esperar es que cuando lo haga tenga algún sentido. Por ejemplo, si un sospechoso se resiste a una detención es hasta cierto comprensible que la policía lo reduzca, pero siempre con la violencia mínimamente necesaria para conseguir su propósito y sólo hasta que éste se haya alcanzado. Ni más ni menos.
Dejando de lado el hecho de que este país no será completamente normal hasta que acepte de manera general que una policía democrática no es una ONG y que debe ser contundente contra los delincuentes (vándalos urbanos y gamberros incluidos), lo más sorprendente es cierta actitud paterna creciente, que en ningún momento considera la posibilidad de que la criatura que come, duerme y transita por casa pueda ser un personaje salvaje y destructivo en la calle.
Pues eso no es lo que ocurrió la noche del botellón en Barcelona, y me consta por testimonios de personas que lo sufrieron en sus propias carnes y que no tienen ninguna necesidad alguna de mentirme, porque no soy su padre sorprendido porque los pillaran en medio del follón. La prueba es que no los detuvieron ni los identificaron en ningún momento: los antidisturbios simplemente los zurraron hasta que uno de ellos fingió perder el conocimiento. En ese momento los policías simplemente los dejaron donde estaban y se dirigieron a buscar carne fresca a la que atizar. La contundencia sólo habría tenido sentido si ellos hubiesen cometido algún delito y se hubiesen resistido a ser detenidos, y si el paso siguiente hubiese sido su traslado a comisaría. No fue así.
Eso no es una actuación contundente de la policía de un país democrático; es la de un país que trata a sus súbditos como a Kunta Kinte, a quien su amo atizaba cada vez que le parecía que se había portado mal.
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