jueves, marzo 15, 2007

ÁNGEL EXPÓSITO:
Solemos hacer gala de un cuestionable espíritu democrático al poner de chupa de dómine al que se manifiesta por lo que sea siempre que no compartamos sus motivos. ¿No sería mejor que cada uno se manifestara por lo que le diera la gana, cuando considerase oportuno, ateniéndose a la legalidad correspondiente y que después acarreara con las consecuencias o los éxitos de su convocatoria?

Existen, se me ocurren, cuatro categorías de manifestaciones. Así, están las demostraciones de pitorreo general, festivas, que, aunque reivindican cuestiones importantes para los asistentes, se recubren de cierta chanza. Por ejemplo, las reivindicaciones de libertad sexual, o broncas variadas por asuntos concretos de un pueblo o una barriada.

También existen manifas sin saber por qué. Reconozco haber asistido a alguna multitudinaria, como ésas contra la reforma universitaria o de enseñanzas medias, cuando no teníamos ni idea de qué iba dicha norma, ni falta que nos hacía. Suele ocurrir que hay gente en diversas concentraciones que no sabe por qué se concentra, pero que cumplen con el axioma: "No voy a ir, pero si hay que ir, se va".

Un tercer grupo son las manifestaciones temáticas (contra la Logse, contra la OTAN o caceroladas antidictadura) en las que cabe desde el dramatismo de reivindicar la libertad hasta la marcha a Torrejón en la que gritábamos mensajes tan profundos como: "Si España entra en la OTAN, Vallecas se va de España". Finalmente entramos en la OTAN y el populoso barrio del sudeste de Madrid sigue donde está. En este capítulo caben, fuera de bromas, cuestiones trascendentales para los manifestantes que suelen ser oídas para rechazarlas por las autoridades competentes.

En un cuarto grupo de manifestaciones hay que incluir las enormes movilizaciones populares, que, cuando menos, deberían ser consideradas por las máximas autoridades, lo que habitualmente no hacen. En cualquier caso, valdría todo menos mofarse o minusvalorar a cientos de miles de personas. Entre éstas figuran las grandes movilizaciones tras el 23-F, contra la guerra de Iraq, después del 11-M, ante el asesinato de Miguel Ángel Blanco, las huelgas generales o, también, la del pasado sábado en Madrid. Porque las convoque quien las convoque, y por el motivo que sea, cuando se concentran cientos de miles de personas, ¡cuidadín!, que el asunto de marras no ha de ser baladí.

Las lecturas que suelen hacerse después de cada gran movida no parecen demasiado pensadas ni por unos ni por otros. Si estás a favor has reunido a dos millones de almas y si estás en contra, todos los asistentes son ultras. Pues no. Habría que hilar más fino porque cierta profundidad en el análisis hubiera ayudado, por ejemplo, a leer aquellas manifestaciones contra la guerra de Iraq o ahora mismo; es decir, que entre dos millones de manifestantes contra De Juana y que haya casi un millón de "fachas" sueltos hay muchos términos medios. No seamos simples. Otro cantar es si quien convoca se pasa de frenada o abusa de la calle. Allá él con su éxito o su saturación. Mientras tanto y hasta que las responsabilidades se paguen o se cobren, haríamos bien en reconocer que cada cual puede hacer lo que le dé la gana y, por lo tanto, manifestarse si quiere.