domingo, julio 14, 2013

ALFREDO PASTOR:

Top-models españolas desfilan por el escenario al son de música de flamenco. Visten ropas apretadas, obra de los más famosos diseñadores del país, y ofrecen bandejas de atrevidas tapas, creación de chefs españoles. Representada en pleno Parlamento Europeo, esa función constituye una especie de renacimiento”. Así recoge la revista alemana Der Spiegel (8 de julio) la presentación de la marca España en Europa.

Aunque uno no esté tratando de exportar nada, es fácil que un sudor frío le recorra la espalda al imaginar que los clientes de nuestras industrias de máquina-herramienta o de sistemas de control o los que estén pensando en instalar sus fábricas en nuestro territorio, que no habrán asistido a la representación en el Parlamento Europeo, hayan podido leer la revista. ¿Qué idea pueden formarse de nosotros más allá de los estereotipos de siempre, justo los que esa marca España quiere trascender? Cualquiera que sepa del mal momento que atravesamos, ¿no pensará, más que en un renacimiento, en que nos hemos vuelto locos de remate?

Esa propaganda cumple una función: la de consolidar España como un destino para el turismo de masas. En esto tenemos lo que se puede llamar ventaja comparativa: no sólo sol y playa, sino también la capacidad de afear nuestros mejores paisajes con instalaciones de mal gusto y bajo precio, de hacer lo que sea, no para competir con los mejores destinos, sino para atraer al máximo de turistas.

En esto hemos sido unos maestros: “Hay demasiados turistas”, me decía un amigo alemán de visita en Barcelona. “Salen en manadas por esas calles estrechas…”. Es verdad. Y, sin embargo, parece que la cantidad que gastan permanece, desde hace tiempo, casi constante. Descansar en ese turismo y en las actividades que lo acompañan como motor principal de nuestro desarrollo ha sido parte de nuestro pasado, pero no puede ser nuestro futuro. No obstante, las autoridades no pueden resistirse a las propuestas que se les hace de complejos de ocio, de juego… fotos de un día que pagaremos durante mucho tiempo.

En el extremo opuesto, el profesor H.-W. Sinn nos augura un futuro sombrío ( El País, 2/III/2013): diez años más de crisis y una devaluación interna del 30%. No hay que prestar atención a las cifras, sino a la idea: quiere decir que nuestros costes laborales han de seguir bajando y que la cosa va para largo, y ambas afirmaciones me parecen indiscutibles, siempre que entendamos que diez años de crisis quieren decir de crecimiento lento, no de recesión.