sábado, septiembre 11, 2004

EL 11-S SURGIÓ del debate en Al Qaeda, escriben hoy Eduardo Martín de Pozuelo y Xavier Mas de Xaxàs (X-man, como le llama John) en La Vanguardia. Se trata de un detallado reportaje basado en el informe de la comisión que lo investigó y que coincide con el tercer aniversario de la salvajada, en el que la tesis es que Bin Laden optó por la acción para superar disensiones internas y acallar a los talibanes:
El 15 de agosto del 2001 Ramzi Binalshibh, uno de los cerebros del 11-S, envió a Jalid Sheij Mohamed un mensaje que llevaba muchos meses esperando. “Atta es como un Porsche 911”. Era la clave que ponía en marcha la fase final del mayor ataque terrorista de la historia de Estados Unidos. Mohamed Atta, líder del comando de suicidas, había escogido la fecha del 11 de septiembre para destruir los símbolos del poder económico, político y militar de la gran potencia. Las Torres Gemelas, el Pentágono y la Casa Blanca. En caso de que el piloto no pudiera impactar contra la residencia presidencial, un edificio bajo rodeado de árboles, se estrellaría contra el Capitolio, en el centro de Washington. Bin Laden recibió el mensaje el 20 de agosto.
Acaba así:
Atta realizó su último viaje a Europa en julio del 2001. Se citó con Binalshibh en la Costa Daurada y recibió la orden de actuar cuanto antes. A Estados Unidos habían llegado ya los jóvenes saudíes que iban a completar el equipo. Atta, sin embargo, aún necesitaba varias semanas para coordinar los vuelos. Buscaba los de largo recorrido para que llevaran los depósitos llenos de combustible y con aviones Boeing, más fáciles de pilotar que los Airbus, Atta entendió el interés de Bin Laden por destruir la Casa Blanca pero insistió en que era un objetivo difícil. Al igual que con los otros objetivos, la alternativa, en caso de fallo, sería estrellarlos contra el suelo. El 11 de septiembre –el Porsche 911 de Atta– tres aviones dieron en el blanco y el cuarto, el que iba contra la Casa Blanca, impactó en un bosque de Pennsylvania. Saldo: 3.030 muertos y 2.337 heridos.
Comento este artículo porque los mismos Eduardo Martín de Pozuelo y Xavier Mas de Xaxàs, en verano del año pasado, perpetraron un supuesto trabajo de investigación en dos entregas (una, dos; lamentablemente el archivo es de pago, aunque gratuito para suscriptores al diario) que es de lo más ridículo que he leído en mi vida. Sostenían la alucinada teoría de que por lo menos uno de los aviones que se estrellaron contra el World Trade Center estaba dirigido por control remoto, y todo ello por una mancha oscura, que interpretaban como un bulto adherido al fuselaje del avión, que habían visto en las imágenes del impacto en la CNN. Consultaron con un experto de la Escuela Politécnica de Mataró que, tras examinar el video VHS grabado en la redacción de La Vanguardia, concluyó que eran sombras rarísimas y que no podían ser consecuencia del reflejo del sol. Asustado por las implicaciones tan devastadoras de su descubrimiento, que dejaba en porretas las maquinaciones oscuras de los grandes poderes que mueven el mundo, pidió sabiamente a los intrépidos tribuletes que mantuvieran su anonimato. No fuera que acabara siendo víctima de un "accidente" al cruzar las vías de RENFE en la capital del Maresme, o resbalara por unas escaleras al ir a comprar el pan, o capturado mientras dormía y trasladado a Guantánamo con una capucha en la cabeza; ya se sabe que la gente de la CIA es capaz de cualquier cosa.

Para redondear el misterio, los dos clarkkents se dirigieron a la sede central de Boeing en Seattle, cuyos responsables declinaron responder. En el particular mundo de los alucinados, eso es la confirmación definitiva de su teoría; por supuesto, en el mundo real, eso casi siempre significa que el interpelado mantiene un compasivo silencio para evitar responder lo que realmente le gustaría: en este caso, que ellos son una empresa seria integrada por adultos responsables que tienen mejores cosas que hacer que perder el tiempo con absurdas teorías de periodistas de tres al cuarto, que escriben en una gacetilla de un país remoto y que pretenden conseguir el Pulitzer con un reportaje que hasta el responsable de una revista de instituto habría rechazado publicar tras leer el primer párrafo.

Por supuesto, no tengo nada en contra de que alguien cambie de opinión en base a nuevas informaciones disponibles; lo que sí es criticable es que exactamente las mismas personas que habían pergeñado una conspiranoia, a renglon seguido escriban como si tal cosa algo que la contradice al 100% y se queden tan panchos, como si no hubiesen roto jamás un plato. Como si no tuviésemos memoria, o como si no existieran bases de datos. O Google.