miércoles, diciembre 12, 2012

CÉSAR MOLINAS:

El paisaje después de la batalla catalana del 25 de noviembre es desolador. Tras su caída paulina del 11 de septiembre y su autoinvestidura como profeta del independentismo catalán, Artur Mas ha acabado haciendo lo único que un político no puede hacer jamás: el ridículo. Mas caerá más pronto o más tarde, pero en la noche del 25 de noviembre se convirtió en un lastre para las ambiciones soberanistas de buena parte de la población catalana. Por aritmética parlamentaria, la agenda del proceso de autodeterminación ha pasado a estar controlada por Esquerra Republicana de Catalunya. Esquerra es un partido de largas e impecables credenciales democráticas que nunca ha recurrido, ni recurrirá, a la violencia para conseguir sus objetivos. Aclarado esto, en todo lo demás se parece a Bildu. Una consulta de autodeterminación condicionada por Esquerra tiene muy pocas posibilidades de resultar en una mayoría soberanista clara. Esta es mi lectura del 25 de noviembre: el movimiento proautodeterminación catalán está, ahora mismo, en un callejón sin salida.

Al otro lado del frente, las cosas no pintan mejor. El establishment madrileño reaccionó a la huida hacia adelante de Mas como un plantador de Luisiana cuando se le escapaba un esclavo: soltando a los perros y ordenando al capataz que lo trajera encadenado. El tsunami de amenazas, descalificaciones e insultos provocado por lo más goyesco de la corte de la Villa refuerza la convicción de muchos catalanes de que para Madrid Cataluña no es España, sino que es “de” España. El Rey habló de “quimeras”; Gallardón, de “nazis”; Margallo amenazó con la exclusión de Europa; Wert ha comenzado una —¿otra?— cruzada para “españolizar” Cataluña; Esperanza Aguirre, convencida de que los catalanes sufren una tara genética que les impide autogobernarse, dijo que una Cataluña independiente sería “una república bananera”; y, en el mejor estilo de Vladímir Putin, Fernández Díaz —¿el capataz?— y Rajoy alentaron o, al menos, toleraron un informe fantasma de la policía que acusaba a Mas y a Pujol de tener cuentas en el extranjero y de beneficiarse de la corrupción. Ni el ministro ni el presidente han confirmado o desmentido la existencia del informe, al que han dado pábulo en la campaña electoral la mayoría de los miembros del Gobierno. Es aterrador que, para satisfacer objetivos partidistas, estos políticos que nos gobiernan no tengan empacho en poner en la almoneda el Estado de derecho que tanto le costó a España conseguir. Este suceso aclara más sobre su catadura moral que mil discursos. A mí me da miedo, asco y vergüenza.

Esto es lo que hay y, en este lamentable estado de cosas, hay quien habla de tender puentes. Bien, siempre es mejor tender puentes que afilar bayonetas. ¿Puentes entre qué?

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