JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS probablemente debería esgrimir algo más la navaja del señor Hanlon, pero en su artículo de hoy hace una buena descripción del clima político que estamos viviendo:
[E]l turbulento final de los trece años de Gobierno del PSOE y los últimos tres del mandato del Ejecutivo del PP -con un paréntesis entre 1996-2000 que resultó modélico- han devuelto la situación de España a unos términos de debate y discusión propios de un proceso de iniciación democrática. La convulsión del 11-M y los acontecimientos inmediatamente posteriores se han comportado como si de una catarsis se tratase. Pareciera que en nuestro país se interiorizaba una gravísima crisis que -incapaces de detectarla a tiempo- expresase toda su sintomatología patológica con ocasión de una tragedia cuyas consecuencias todavía estamos viviendo. Creo que, en realidad, el 11-M es el pretexto para, al hilo de su extraordinaria gravedad, colgar en su acaecimiento desgraciado todas las divergencias y resentimientos que se han ido gestando en este último cuarto de siglo español. La izquierda que se condujo de una manera determinada en el descarte de opciones y alternativas hace veintiséis años no está dispuesta ahora a perpetuar lo que cree fueron «sus renuncias»; y la derecha que gobernó en el inicio del siglo radiografió con deficiencia la España que tenía entre manos, a la que aplicó una terapia excesiva en algunos aspectos, surgiendo graves efectos secundarios.ACTUALIZACIÓN. Tampoco está mal, en el mismo diario, su director Ignacio Camacho:
Hacía mucho tiempo, quizá desde los balbucientes bandazos de la transición suarista, que no se percibía en España una sensación tan intensa de descontrolada deriva política como la que ofrece al final de este año dramático un Gobierno abiertamente rodeado por la sospecha de incompetencia. Sobre todo tratándose de un Gobierno tan nuevo, tan joven; la atonía de la última etapa de González al menos trasminaba el inconfundible perfume del final de un ciclo. Pero este Gabinete de Rodríguez Zapatero apenas si lleva nueve meses en el poder y, en vez de rebosar proyectos, empuje estrenista y dinamismo entusiasta, parece sobrepasado por los hechos, paralizado por una esclerosis de ideas, prematuramente abotargado por una insólita y desmadejada pereza.
[...] Si el crédito gubernamental no se ha agotado con toda esta erosión es, precisamente, por el escaso tiempo transcurrido, pero los síntomas de desconfianza son más que alarmantes. Este Gobierno mantiene su ventaja en las encuestas porque los ciudadanos son reacios a rectificarse tan pronto a sí mismos, y prefieren mantener un razonable margen de confianza pese a los indicios de desgasificación de la iniciativa política. También porque la economía mantiene a trancas y barrancas el pulso adquirido en los últimos ocho años, de la mano de un Pedro Solbes inflexible ante las tentaciones del «sindicato del gasto»; porque Zapatero goza aún, pese a sus incomprensibles bajones y al manifiesto deterioro del bonancible talante de su fachada, de un beneficio de imagen muy superior al resto de su equipo, y porque las heridas del 11-M no han acabado de cicatrizar debido a la persistencia de gran parte de las dudas abiertas sobre el origen y las consecuencias del atentado.
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